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Inmigración

Supervivientes del mar

Siete inmigrantes que han superado la travesía marítima con patera, cayuco o barcaza relatan el "miedo", las muertes acaecidas en su embarcación y la decepción al llegar a Valencia por las dificultades

Supervivientes del mar

1. El sueño de Salifou. Cuando subió al cayuco con otras 51 personas en la costa mauritana, Salifou Kamate oyó que en dos días llegarían a España sin problemas y soñó con una nueva vida: se pondría a estudiar para dejar atrás las penurias sufridas en Costa de Marfil. Pero oír lo que se quiere escuchar es peligroso, y los sueños, sueños son. El viaje duró cinco días, sin comida ni agua en las últimas 48 horas, y él ha terminado de collidor de naranja en Valencia sin haber pisado jamás un aula. Y gracias. Porque Salifou es uno de los supervivientes del enorme cementerio marítimo que antiguamente se tragaba galeones con tesoros y que ahora engulle pateras, cayucos y barcazas repletas de mercancía mísera sin derecho a tumba ni epitafio. «Fue un viaje duro, con mucho miedo. Cuatro días sentado, sin podernos levantar. Algunos iban sentados encima de otros. Al llegar, yo no podía andar. Fue muy difícil. Al acabarse el agua, la gente bebía su orina y el agua salada del mar. Al final „confiesa„ yo ya no tenía ganas de llegar a España. Solo quería alcanzar una orilla y bajar. Quería salvar mi vida», relata.

Como tantos otros, Salifou no sabía nadar. Tenía 20 años cuando arribó a las costas canarias tras surcar el Atlántico. Ahora tiene 27. Lleva siete años en Valencia. En agradecimiento, actualmente es voluntario de Cruz Roja. Los ayuda en las traducciones del africano o del francés de aquellos inmigrantes que acaban de llegar. ¿Ha valido la pena? «Para mí no vale la pena de esta manera. Yo salí de mi país porque estábamos en guerra. Buscaba un futuro mejor y creía que encontraría seguridad y trabajo. Pero el riesgo es muy grande. Y hay que frenar ya todas estas pérdidas de vida», opina Salifou.

2. La película de Abdoulayé. Si fuera hoy, en España no le permitirían entrar al cine a ver la película Una noche para sobrevivir por su corta edad. Pero aquella noche lluviosa de 2006, con solo 14 años, Abdoulayé Sy subió a un cayuco en Dakar (Senegal) con el único reto de sobrevivir a la travesía clandestina. Iba sin ningún familiar. No había dicho nada en casa. «En ese momento irse a España era la moda. Y el que no volvía a casa, ya se sabía dónde había ido». Él se lanzó a la mar. Iban 103 personas en la patera. Llegaron 102. En el largo periplo de diez días, uno de los ocupantes no pudo más. «Mientras estábamos cenando saltó del cayuco y se lanzó al mar. Por miedo, quizás. Y antes de ahogarse nos dijo: ´Yo voy a morir, pero vosotros también, porque os hundiréis´. Le arrojaron algo para que se salvara. Pero el mar estaba muy agitado. Y murió», dice el senegalés Abdoulayé. Él tenía 14 años cuando presenció „sin verla„ aquella tragedia. «Había miedo de verdad por las olas. El cayuco se rompió y hubo que arreglarlo. No paraba de entrar agua. Por las noches? ¡Es que todo eso no se puede explicar!», zanja.

Con esos 14 años alcanzó Santa Cruz de Tenerife gracias a que un barco con destino a Italia los vio y avisó a las autoridades españolas, que rescataron mar adentro la embarcación perdida. Del centro de menores pasó al colegio. Recibió un curso de albañilería en Loriguilla. Ya han pasado nueve años de su cruzada marítima. Abdulayé, de 23 años, lleva cuatro años sin trabajo. La crisis lo atropelló. Está pasando por dificultades para pagar los gastos del piso de Valencia que comparte con unos compañeros. A veces sube a Cataluña a la temporada de la manzana. Va tirando. «Si fuera ayer, no lo haría otra vez. Porque es arriesgar la vida, y yo ya sé lo que hay aquí. Antes de echarte al mar eres inocente. Piensas que es llegar y triunfar. Pero aquí solo hay sufrimiento», dice, dejando un regusto de amargura.

3. A nado para tocar tierra. La ruta mediterránea en la que han encontrado la muerte esta semana casi 900 inmigrantes es la que hizo Wilberforce (pseudónimo). Fue hace nueve años. Es de Ghana, pero se embarcó en una patera en la costa de Libia. Casi una semana estuvo en alta mar. Eran 29. Murieron tres en la travesía. Uno de los fallecidos era su hermano mayor. «Tranquilo, es normal. Tú también vas a morir. En nuestro continente estamos más acostumbrados a la muerte», responde al escuchar el pésame. Murieron tres porque la embarcación se quedó sin combustible. «Tuve que nadar dos horas para llegar a tierra», dice. Así alcanzó Sicilia. Era menor de edad. Ahora tiene 26 años y vive en Albalat dels Tarongers. Trabaja como empleado de hogar. «Claro que volvería a hacerlo», responde.

4. Aziz: de los talibanes al mar. Otro viaje con muertos fue el de Aziz Ullah. Es afgano. Tiene 26 años. Trabaja en un kebab de Valencia. Nada que ver con aquel tiempo de guerra en su país natal, del que huyó para evitar ser reclutado por la milicia talibán para la guerra santa contra Estados Unidos. Aziz llegó a Turquía con otros dos primos. Subió a una patera hinchable y puso rumbo a Grecia. Eran once pasajeros. Uno de sus primos murió en la travesía. «En ese viaje hay dos posibles caminos: la vida y la muerte. Y es la suerte la que decide», reflexiona Aziz. ¿Miedo? «Cuando tenía miedo durante el viaje pensaba en lo que me hubiera pasado en Afganistán. Es mejor arriesgarse. Por lo menos lo has intentado», dice. Él y uno de sus primos alcanzaron Grecia. Después llegaron a Valencia. Aziz no tiene ganas de mirar el retrovisor de su corta pero intensa vida. «Si miras atrás te vuelves loco. Yo solo quiero pensar en el presente y en el futuro», sostiene.

5. Konan, el valiente. Konan Narre vive estos días «con muchísima pena» las noticias sobre el naufragio masivo de africanos en el Mediterráneo. Tiene 28 años. Como el resto de entrevistados, tiene demasiada vida para su corta edad. Nació en Costa de Marfil, pero en 2002 salió por la guerra civil. Pasó por Mali y luego, desde Mauritania, se lanzó a la mar en un cayuco. Era 2007. En el viaje se agotó la comida, el agua, la gasolina y tres personas murieron: dos en alta mar y una en el hospital tras ser rescatados. Estuvieron 13 ó 14 días en el agua. «Lo pasamos muy mal. No pensábamos que nos salvaríamos», dice. Él llegó con la pierna rota.

Lleva casi siete años en Valencia. Desde hace una década no sabe qué ocurrió con su madre y su hermano. Así viven algunos. Él no quiere pronunciar ni una palabra mala contra Europa. Solo se concede una reflexión. «La gente que se cree más que otros deberían pasear por el cementerio: verán que nadie es indispensable y que ahí acabamos todos».

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