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Más de un siglo maquillando a los difuntos

Amparo Tatay vino a la vida en una familia habituada a la muerte. Se crió en una funeraria familiar de Valencia fundada a finales del siglo XIX como Casa Modesto y que ahora, con ella al frente como cuarta generación, ha adquirido el apellido familiar y trabaja como Funeraria Tatay. Amparo arregla a los difuntos: los viste, los maquilla y los prepara para que sean vistos por última vez. Su máxima es tan simple como chocante: «Hay que tratarlos como si estuvieran vivos. Con el máximo respeto», dice. «Cuanto menos maquillaje y más discreto, mejor. Que parezca que estén dormidos y ya está», resume. Cuenta que nunca le ha impuesto el trato con cadáveres. Con una particularidad añadida: como es una funeraria de barrio y tradición (está en la calle del Doctor Manuel Candela, 22), la mayoría de los difuntos que atiende son conocidos. Dice que el trabajo acaba por ser rutina. «Lo haces automáticamente y has de desconectar. Es después cuando te entra el pesar, sobre todo si conocías a la persona». Hay que «tener paciencia» y «ponerse en el lugar del otro y acudir rápido al domicilio porque das tranquilidad». Dice que las películas han hecho mucho daño a su oficio. Que todo es más natural. Que hay sitio incluso para la broma. Como cuando por la calle algún hombre que sabe que acabará allí le pide a Amparo: «'Posa'm guapo!'». p. cerdà valencia

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