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Tras las cenizas

La cultura que brota de la crisis

Un grupo de investigadores, entre ellos miembros de la UV, coordina un proyecto para buscar la huella de la ruina en la ficción - Preparan un «ambicioso» congreso sobre cine y crisis que se celebrará en 2017 en Valencia

La cultura que brota de la crisis

La última obra del dramaturgo valenciano Xavo Giménez fundió su vida con la ficción: un actor acomodado con su puesto en RTVV pasa «de firmar autógrafos por la calle a firmarlos en la cola del paro». A los pocos meses, mientras compra una muñeca para su hija en una tienda de segunda mano, obtiene el contexto para su función. En esa tienda está la opulencia extinguida y la ruina presente, los juguetes gastados y las segundas oportunidades. En definitiva, un relato «universal» sobre la crisis que se tituló Penev, se estrenó el año pasado en la sala Russafa y hoy es finalista en los premios Max.

«No hablemos solo de historias que realizan una tesis sobre la crisis», invita Manuel de la Fuente, profesor de la Universitat de València, cuando se le proponen al vuelo un puñado de títulos cinematográficos que guardan relación directa con la quiebra del sistema: La gran apuesta, Margin call, El lobo de Wall Street. «Hay otros que describen esa desolación y que lanzan una crítica menos directa al estado de las cosas», apunta, haciendo un viraje hacia obras más cercanas como Truman, La isla mínima o No habrá paz para los malvados. «El cine español es especialmente activo y combativo, y en estos títulos se refleja el clima actual, o se realiza una revisión crítica de la Transición, o bien se ahonda en el paisaje devastado actual, como en el cine policíaco de Enrique Urbizu», expone el profesor.

De la Fuente es uno de los puntales del Relatos culturales de la crisis y la renovación, investigación llevada a cabo entre miembros de ocho universidades „cuatro europeas y cuatro latinoamericanas„ con el soporte de las becas Marie Curie. El cerebro de este equipo académico se sitúa en Newcastle, donde da clases el valenciano Jorge Catalá, impulsor y coordinador de un proyecto que nació el año pasado y se prolongará hasta 2018, y el objetivo, «ambicioso» en palabras del propio Catalá, es buscar a los «hijos culturales» de la ruina. En prosa: indagar en nuevos modelos de producción y vías de expresión de la cultura nacidas tras la quiebra económica, y rastrear las huellas de la crisis que se cuelan en el propio discurso narrativo, ya sea en cine, teatro, literatura, música o cómic.

«Entendemos la última crisis como el final de un proceso que empezó con la expansión del neoliberalismo», explica Catalá. De ahí el interés por Latinoamérica, empezando por Chile (donde está otra de las universidades participantes), como laboratorio de vías de escape para la cultura en tiempo de miseria. Un ejemplo en los que están trabajando: el fenómeno de las editoriales cartoneras, pequeñas empresas que publican con materiales reciclables y dan salida a obras que no tienen cabida en los grandes grupos, un fenómeno extendido en diferentes países del continente, y con un marcado componente social.

Una de las características que marcan las alternativas de expresión cultural surgidas con la crisis es el carácter de base, enraizadas en colectivos ciudadanos. Volvamos a Valencia. «Somos hijos de la crisis y de la desidia de la administración», establece Jerónimo Cornelles, director artístico del festival de teatro Russafa Escénica. El certamen urbano y anual nació en 2011, en un momento en que «el gobierno ni se molestó en restaurar el teatro Princesa cuando se quemó y cuando había desaparecido VEO, el único festival escénico que quedaba».

Así que artistas y vecinos del barrio de Russafa impulsaron un evento pensado para seguir dando visibilidad a las compañías locales. El primero lo conformaron seis espectáculos. Cinco ediciones después (este año organizan la sexta) llegan más de un centenar de propuestas al certamen, de las cuales seleccionarán veinticinco. «Obras que nacen aquí luego llegan al Principal», apunta Cornelles, como síntoma de la consolidación de un certamen que huye del amateurismo: el director asegura que todas las compañías cobran por participar.

Russafa Escènica no es un elemento aislado en la ciudad, donde han crecido en cada rincón festivales con el mismo espíritu y al margen de las instituciones públicas: en teatro también encontramos Cabanyal Íntim, en artes plásticas está Russafart, en música el MUV o en cine la Mostra Viva, que sustituyó a la versión fastuosa inflada por el ayuntamiento en tiempos de bonanza. Deteniéndonos en el cine, además, cabe señalar que un colectivo ciudadano (organizado como cooperativa), ha sido el responsable de reabrir Aragó Cinema, siguiendo «un fenómeno que se reproduce en muchas ciudades de Europa, ante el cierre de salas pequeñas y en el imperio de las grandes cadenas», señala De la Fuente.

El profesor, por cierto, avanza uno de las grandes actividades preparadas por el grupo de investigadores para 2017 en Valencia: un congreso de cine y crisis que reúna teóricos y profesionales (cineastas, productores, guionistas) para atacar al sector desde todos los frentes. Según De la Fuente quieren convertir la ciudad, durante unos días, en «el centro» de la reflexión global en torno a la industria cinematográfica. Él adelanta uno de los virajes del sector: la eclosión del documental «en una era de sobreinformación, porque aportan una perspectiva más amplia sobre un tema concreto».

En otro barrio, el de la literatura, y sin encuadrarse en el fenómeno de las cartoneras, en el territorio valenciano se hace patente una tendencia: las microeditoriales (Drassana o Sembra son un exponente) que son la otra cara de la concentración en torno a los grandes grupos, como Bromera o Tabarca. Dejando el modelo de producción al margen, en el momento en que se rozan los términos literatura y crisis generan un nombre clave con resonancias en todo el continente. «Chirbes, claro», resume Catalá, aludiendo al gran narrador de la quiebra económica, social y moral de nuestro tiempo, con raíces valencianas. Con él planeaban un congreso en Ámsterdam cuando falleció el escritor. «Hay otros, como Enrique Galindo, que también se han acercado a la crisis desde Castelló», aporta el profesor. Experto en humor gráfico, Catalá adjunta una batería de títulos que unen un género en auge como el cómic al hundimiento del sistema: «Ahí están Los vagabundos de la chatarra o No os indignéis tanto, de Manel Fontdevila».

Son algunas de las migas de pan de la crisis en la cultura, que conducen a un escenario doble: por un lado está el panorama arrasado que se refleja en la ficción y por otro el que se desarrolla en el plano real, con formas imaginativas de expresión del arte, que retuercen la escasez hasta convertirla en virtud. «Lo sorprendente de la nominación de los MAX», explica Xavo Giménez, el dramaturgo de Penev, «es que llega como mejor producción privada, cuando no nos cuesta ni mil euros». La metáfora suena cursi y está gastada, pero no vacía: la casa de juguetes usados de la obra de Giménez nos dice también que hay una nueva oportunidad para reciclar el sistema.

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