Un importante CEO valenciano se preguntaba poco antes de presentar un acto institucional de una de sus empresas si debía hacerlo con o sin corbata. La pregunta era (es) sencilla pero la respuesta no lo es tanto. Quienes estábamos a su alrededor empezamos a decantarnos en la respuesta en función de argumentos que tenían que ver con la propia firma, con el entorno del acto, con el mensaje que se quería lanzar, con el tipo de público que asistiría, con la propia puesta en escena, con los medios de comunicación que irían o no irían€ con una infinidad de factores y variables.

Sólo había que dejar la imaginación, la opinión, las percepciones de cada uno de los opinantes para darse cuenta de que aquel debate no llegaría a ningún sitio.

Estoy seguro de que esa pregunta en este momento se la hacen muchos responsables a la hora de abordar una intervención pública, ítem más, a la hora de afrontar encuentros profesionales, comidas de trabajo, una entrevista con la prensa€.

Hasta guías hay para ayudar a los hombres y mujeres que lideran mercantiles más o menos grandes, más o menos expuestas a la imagen, más o menos observadas por la opinión pública y por los medios. En ellas hasta nos pueden informar de las marcas en concreto a utilizar, o de la conveniencia de los trajes a medida y de los sastres más convenientes.

Conozco líderes de todos los colores, con su carácter personal, con sus aficiones específicas, con sus formas propias, pero a la hora de la gran, pequeña o mediana representación social, el uniforme de traje y corbata ha sido la característica dominante en todos, la similitud, incluso hasta la copia de estilos - hay quien marca tendencia- ha sido frecuente en esos círculos. De modo que en actos relevantes y de mucha afluencia es difícil distinguir los unos de los otros.

Con los nuevos tiempos, desde que empezamos con curiosidad a ver a los más ricos del planeta vendiendo sus productos - hablo de Steve Jobs o de Bill Gates - la cosa empezó a cambiar, hasta que el sincorbatismo subió estratos e hizo su primera aparición de forma corporativa en aquel memorable encuentro de «fuera corbatas» que propició en 2010 Francisco Camps como presidente de la Generalitat en el Palau.

Ahora ha venido la nueva política, que es como si hubiéramos dado un salto justo al paso anterior en que Felipe González dejó la pana y nos convenció de la OTAN ya con traje y corbata. Y con ella hemos llegado a este momento en el que cada vez más los líderes de las empresas se hacen cada mañana esa pregunta.

Y aquella mañana estaba abierta la discusión sobre la conveniencia de ponerse o no la corbata. En realidad, una excusa argumental sobre los principios básicos de la comunicación corporativa de la que, aunque a muchos no les interese o sean esquivos con ella, son principales protagonistas, ya que el nuevo modelo de comunicación les otorga ese papel ante la sociedad. Porque la reputación de un CEO forma parte de la estrategia de la empresa, sus fortalezas de liderazgo se han de utilizar para el valor de la firma o, incluso, su posicionamiento sirve para diferenciarla de sus competidores.

Por eso cuando acabó el acto me di cuenta que realmente lo importante es que en la imagen de un alto portavoz haya una justa correspondencia entre lo que se quiere transmitir, el cómo se transmite y la confianza con la que se transmite€ La corbata, al fin y al cabo, es lo de menos.