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Orden y caos

Orden y caos

Nunca desde su primera individual norteamericana (Washington, 1983) había transcurrido tanto tiempo -casi cuatro años- sin exponer individualmente este sólido pintor fiel a una abstracción en la que siempre han estado presentes dos vertientes generalmente excluyentes, la geométrica y la gestual. Así, el orden y la razón atribuidos al geometrismo, conviven con esa dimensión lírica sostenida por el uso del color, el gesto y una profunda experimentación con materiales y procesos para conseguir unas texturas visuales y calidades pictóricas fácilmente identificables como propias. Lapso temporal forzado por la realización de una tesis doctoral sobre resinas acrílicas y trufado de largas horas de taller, que han dado pie a una muestra en la que se cierra una larga y fecunda etapa y se abre un abanico de experimentaciones que bien pueden sorprender, de entrada, a quienes han seguido con fidelidad la dilatada trayectoria de Javier Chapa (Valencia, 1957).

No es sencillo mantener el nivel a lo largo de las décadas y menos todavía cuando el listón de la profesionalidad se ha situado muy arriba. El artista siempre se debate entre la repetición consoladora de lo ya conocido y la exploración de nuevos territorios. El más difícil todavía inicialmente circense parece un letrero/espada de Damocles que no deja de coronar/pender de un hilo, sobre su cabeza. Desde esta perspectiva, no cabe duda que J. Chapa ha asumido conscientemente el riesgo de aventurarse en los terrenos distintos, movedizos y contextuales que animan la pintura reciente, especialmente en esas derivas hacia la objetualización que suele concretarse en ejercicios sobre la materialidad del soporte y de la propia pintura. O bien hacia la disolución en el espacio con resultados en alguna medida próximos a la instalación. Ello es especialmente visible en los dos grupos de pequeñas piezas en los que conviven estrategias cercanas al collage, el ready-made y las integraciones objetuales con soluciones claramente pictóricas.

En cuanto a los cuadros propiamente dichos, atrás parecen quedar las elegantes armonías de colores suaves, los sempiternos acabados sedosamente mates, la clara interacción entre fondos poéticamente gestuales y azarosos, así como las figuraciones geométricas contenidas y literalmente integradas en la superficie bidimensional. Ahora los acabados brillantes, la evidente apertura del arco cromático tanto en espectro como en intensidad y, sobre todo, la lucha cuerpo a cuerpo, en igualdad de condiciones entre la geometría y la gestualidad, entre las líneas que tratan de mantener su protagonismo y esos fondos que juegan a ser primeros planos, compuestos a base de chorretones, arrastrados, barridos, veladuras, brochazos... Frente al predominio acusado del orden anterior, asistimos a un juego de tensiones plásticas que enfatizan un cierto desorden tan voluntarioso como fina y finalmente mesurado.

Exposición que, en otro orden de cosas, también supone el cierre de una larga etapa expositiva de este singularísimo edificio gótico dedicado al arte contemporáneo y que al mismo tiempo deja abiertos algunos interrogantes sobre su programación o usos posteriores... Pero eso es harina (valga el guiño al secular uso como granero) de otro costal, mucho más político y municipal.

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