La literatura india antigua, preñada de fecundas tradiciones escépticas, distingue entre aquellos que afirman y aquellos que niegan, consciente de que la filosofía también puede consistir en un mero descarte. No sabemos qué es el mundo, pero podemos saber con certeza qué no es, y eso ya es mucho. Entre los filósofos del descarte hubo budistas como N?g?rjuna, hinduistas como Sriharsa y materialistas como C?rv?ka. Y entre los que se atrevieron a afirmar qué es el mundo, los más antiguos y nobles, fueron los filósofos del s?mkhya.

Ahora la editorial Kairós (Premio Nacional del Edición 2016) publica su texto fundacional, la S?mkhya-karika de Isvarakrsna. Un compendio sistemático y críptico en setenta estrofas que data del siglo iv y donde se esboza la primera de las grandes cosmovisiones del periodo clásico. Un libro que recoge y sintetiza una tradición muy antigua, mencionada en textos como el Mah?bh?rata o las primeras Upanisad, en tratados de ciencia política, en las enciclopedias médicas, en la Bhagavadg?t?, y en las primeras biografías de Buda.

La edición corre a cargo de Laia Villegas, sanscritista competente y colaboradora del diccionario de sánscrito de Óscar Pujol. El carácter extremadamente conciso de las estrofas ha generado una tradición de comentaristas que llega hasta nuestros días. Villegas presenta una cuidada edición donde comenta estrofa por estrofa, sirviéndose de los ocho comentarios canónicos a la obra, que supone la primera traducción de este clásico de la filosofía india al castellano. La introducción presenta el interés por el s?mkhya como meramente histórico o propedéutico, preliminar para el estudio de otras tradiciones. Sin embargo, creo que esta tradición tiene hoy una vigencia singular, no sólo en términos de una arqueología del saber, por servir de trasfondo a filosofías posteriores, sino porque ofrece una perspectiva inédita y creativa que podría resultar muy útil en las investigaciones recientes sobre la naturaleza de la conciencia.

Richard Garbe, uno de sus primeros estudiosos, consideraba que el s?mkhya había surgido de la antigua filosofía natural, al estilo de la escuela de Mileto, lo que explicaría su inclinación por la cosmología racional. Y mientras que otras tradiciones filosóficas nacieron de ámbitos rituales y dialécticos, es posible que el s?mkhya lo hiciera de tradiciones matemáticas, astronómicas o médicas. Además, es probable que esta escuela no fuera siempre ortodoxa, en sus orígenes bien pudo ser un movimiento de oposición a los excesos ceremoniales y rituales del brahmanismo. Una reacción de los filósofos frente a los sacerdotes.

El s?mkhya desarrolla toda una teoría del cuerpo humano asociada con la tradición del yoga y con las tradiciones médicas del ayurveda. La inclinación a agrupar los términos filosóficos en parejas, tríos, quintetos o septetos, estrategias que encontramos en textos médicos y budistas, podría sugerir vínculos con el pitagorismo, aunque la evidencia al respecto no permite aclarar la cuestión. También ha sido asociada con tradiciones musicales y astronómicas donde los números primos desempeñan un papel significativo.

Durante las primeras décadas del siglo xx se investigó intensamente la transferencia de conocimiento entre India y Grecia en la antigüedad. Garbe da por hecho que las relaciones entre India y Alejandría, siempre a través de Persia, se consolidaron en los primeros siglos de nuestra era, con el imperio kushana y el apogeo del arte grecobúdico de Gandh?ra. Para el estudioso alemán ello explicaría la influencia del s?mkhya en los sistemas gnósticos y neoplatónicos. El tema es fascinante y el debate entre paralelismos e influencias ha durado algo más de un siglo. Hoy día, la mayoría de los investigadores prefiere dejar la cuestión abierta. Si hubo préstamos o sincronicidad arquetípica es algo que no está a nuestro alcance saber, aunque, en el caso del s?mkhya, parece razonable inclinarse por lo segundo.

Una de las propuestas más originales de esta escuela consiste en afirmar que la naturaleza esencial del hombre no es mental ni material, sino espiritual. Es decir, que esta filosofía no sólo distingue entre mente y materia, sino también entre mente y conciencia. Me explico. La mente está hecha de una materia sutil y es anterior a lo que hoy llamaríamos materia física, que es una consecuencia de la anterior. Pero ambas pertenecen al mundo natural, mientras que la conciencia se encuentra fuera del mundo natural (si esto puede decirse así pues la conciencia no ocupa «lugar» y esto es algo muy difícil de entender desde Newton). Una conciencia pura y libre de toda limitación. Una conciencia a la que da contenido la propia naturaleza, el mundo físico y mental. Identificar la conciencia con el complejo psicofísico del individuo supone un gran error y la principal fuente de complicaciones para el hombre. Deshacer esa identificación ilusoria es el propósito de esta filosofía, que enseña a distinguir lo manifiesto de aquel que conoce lo manifiesto. En este sentido el s?mkhya, como el resto de sistemas filosóficos indios, es un camino de autorrealización. La filosofía en la India si no se vive carece de sentido.

La cuestión que plantean las estrofas de este antiguo tratado es, en definitiva, la relación que mantiene dicha conciencia con el mundo natural. Generalmente los críticos del s?mkhya han visto en ella una relación entre opuestos, de ahí la etiqueta de dualismo que generalmente se cierne sobre esta filosofía, cuando de hecho se describiría mejor como una conjunción (samyoga) o una relación de complementariedad. Esa tensión esencial entre creatividad y conciencia tiene como resultado el universo mismo. Un magnetismo erótico que hace que el mundo sea lo que es. Apercibirse de ello puede aliviar los tres tipos de sufrimiento: el que viene de fuera (un accidente, por ejemplo), el que viene de dentro (de impresiones latentes o del karma de cada cual) y el dolor del devenir (debido a la fugacidad de las cosas). Una alquimia en la que el sujeto que conoce se trasforma en lo conocido, no en el «objeto conocido», porque la conciencia es aquello que no es objetivable. Una alquimia, como dice un viejo texto, mediante la cual el conocimiento se conoce a sí mismo, y para hacerlo recorre un largo camino, un rodeo de ida y vuelta que es lo que hoy llamamos evolución cósmica.