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Luz y taquígrafos

Las personas de nuestra época hemos crecido en el convencimiento de que luz y taquígrafos es la fórmula mágica de la convivencia: de ahí la importancia que los medios de comunicación han llegado a tener en las sociedades democráticas hasta el punto de constituirse como cuarto poder. Las llamadas redes sociales de Internet han venido a sumarse a dichos medios como una novedad del siglo xxi que contribuye a lo mismo que ellos, a la difusión de la información. Sin embargo, cada día más, se acumulan las evidencias sobre el peligro que algunas de estas redes pueden suponer. Me estoy refiriendo al vergonzoso episodio de los tuits de algunos energúmenos en los que se infamaba la memoria de un torero corneado mortalmente en Teruel. Llueve sobre mojado, pues en estos mismos días se están desarrollando los procesos judiciales abiertos contra el cantante César Strawberry y contra el concejal Guillermo Zapata acusados de ofender a las víctimas de ETA. La exaltación política es mala consejera y en todos los movimientos radicales hay exabruptos de este tipo: por eso, años después, los ofensores bocanegra caen en la cuenta de que se comportaron indebidamente y lo normal es que se excusen y se arrepientan, como han hecho Strawberry y Zapata.

Pero el caso de ahora mismo, el protagonizado por los tuits de marras, es diferente porque no se trata de un asunto político, sino cultural. Hay una incultura muy extendida en España (aunque en otros países también) que disfruta con el maltrato animal y los tuits la critican. Hasta aquí nada que objetar. El problema es que al hacerlo algunos maltratan a animales de su misma especie y no solo a ellos, sino también a sus familiares. Si tendrá el asunto que ver con la cultura que uno de los tuiteros, que dijo lamentar que la cornada que se llevó por delante a Víctor Barrio no hubiera alcanzado también a sus progenitores, se defendía diciendo que él era una persona culta y se identificaba como «maestro valenciano». No hay perversión mayor desde el punto de vista de la cultura, y la prueba es que la Generalitat Valenciana se apresuró a negar que el susodicho perteneciese a su plantilla. También el PAC se ha desvinculado por completo de esta gente que, obviamente, no son animalistas, sino animales de la peor especie.

Sin embargo, no voy a sumarme al coro de voces que expresan su repugnancia por estas muestras de incontinencia verbal. Comparto el absoluto rechazo de las mismas, pero creo que sus debeladores se equivocan en el diagnóstico. A mi modo de ver no es cierto que antes estas cosas no pasasen y que las redes sociales digitales sean perversas: cualquiera que haya frecuentado ambientes masculinos cerrados, en internados o en la mili, sabe que este tipo de burradas se decían igualmente. La diferencia estriba en que aquella gente también hablaba en muchos otros entornos donde lo que decía era enteramente diferente. O sea que sus salvajadas se enunciaban a título de provocación, nunca hablando ex cathedra. Ahora no. Algunas redes sociales acaban siendo universos claustrofóbicos donde las personas que se asoman a estos tuits acaban creyendo que lo que leen es la única opinión relevante y, consiguientemente, la verdad. Aisladas en su narcisismo, son incapaces de ver el mundo en su complejidad. Esto no es privativo de las redes que hablan de toros: es seguro que muchos turcos que fueron movilizados por las redes ya se estarán arrepintiendo de la dictadura que se les viene encima. A mí tampoco me gusta la fiesta taurina si ello supone el sacrificio del animal. Pero todavía me gusta menos el menosprecio de la vida humana. Necesitamos luz y taquígrafos, no trendtopics virales que son simples comecocos.

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