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Detrás (y delante) del espejo

Tras su última individual en Área 72, Oliver Johnson (Luton, Inglaterra, 1972) muestra ahora una breve pero intensa selección retrospectiva compuesta por una veintena de piezas realizadas en los últimos cinco años y algún trabajo anterior que viene a subrayar la singular evolución de este pintor de luces brillantes y sombras profundas.

Detrás (y delante) del espejo

Parafraseando un conocido objeto artesanal mexicano conocido como atrapasueños, se podría afirmar que las obras de Oliver Johnson son verdaderas atrapaluces. Diferentes superficies perfectamente pulidas como la luna de los espejos, en las que el círculo ha adquirido un especial protagonismo, producen un fuerte impacto visual y emocional. Mucho han escrito sobre la bidimensionalidad superficial de su trabajo, pero lo realmente significativo es la fascinante profundidad que encierran tras ese brillo oscuro de estanque mágico y las no menos poderosas ráfagas de luz que lanzan y llegan a deslumbrar nuestra atónita mirada.

Antes de abrir la puerta de acceso, dos vibrantes neo-tondos (composición pictórica en forma de disco) plata y oro reciben al espectador y le advierten sin contemplaciones que está entrando en coto vedado de caza mayor. Ninguna distracción narrativa, ninguna concesión literaria (con la excepción de los títulos), ninguna pretensión ilustrativa. Color desnudo reducido a su mínima materialidad textural, luz antes incluso que pintura.

Sala a sala, piso a piso, las obras se van sucediendo con una sorprendente diversidad de soluciones que participan del mismo denominador común: un soporte metálico de impecable factura. Las últimas obras suponen el regreso al formato rectangular y una nueva exploración de las posibilidades expresivas de un gesto que retoma etapas anteriores de marcado carácter performativo. En todos los casos, se produce ese doble juego de profundidades -hacia detrás y hacia delante- que dinamita perceptivamente la inmaculada tersura de unas superficies especularmente frías que queman como el fuego y como el hielo.

En la obra Uncertainty Principle 1 (sus títulos siempre son en su lengua materna), destacan dos elementos que abren un camino que probablemente anticipa una nueva línea de acción. El primero es la curvatura del soporte rectangular que transgrede con suavidad la planitud secular del cuadro. El segundo, el cromatismo variable en función del punto de vista y el recorrido del espectador. Aspectos que inciden en mayor medida, si cabe, en la dimensión mutable de la luz en tanto que materia casi inmaterial, en energía visible en permanente cambio de estado. Referencias que más allá de su innegable condición científica, lejos de enmascarar, animan unas cualidades artísticas de enorme atractivo.

En definitiva, pintura-color-luz como fruto de una sólida investigación consolidada durante años y de una rigurosa práctica que defienden sin palabras un trabajo plástico de gran elocuencia y carga poética.

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