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Jóvenes hasta el ridículo

Jóvenes hasta el ridículo

Equipos de científicos están dedicando investigación y recursos para prolongar nuestra esperanza de vida más allá de los 140 años. Se trataría lógicamente de llegar a esa provecta edad sanos, guapos, «jóvenes», ágiles e intelectualmente capacitados. Si consiguen encontrar la fórmula muchos nos apuntaremos. Aunque también oteamos en el horizonte consecuencias socioeconómicas difícilmente compatibles con la actual escasez de trabajo, recursos naturales o con la multiplicación exponencial de plásticos y residuos por habitante como hasta ahora, por citar unas pocas de esas secuelas.

En todo caso, mucho antes de que los genios nos puedan proporcionar la pastillita de la eterna juventud, la sociedad ha ido adelantándose: si los antiguos egipcios empezaron a ponerse potingues en la cara para hidratarla y mejorar el aspecto, nosotros hemos acabado inyectándonos no sé qué enzima Q10, tomando pastillas k5, hormonas B12, vitaminas C, E, A y el resto del alfabeto; los alimentos ya no bastan. Y por supuesto nos castigamos en el gimnasio, contratamos un personal training -en inglés queda más chachi-, corremos maratones, nos apuntamos a ironmen y lo que sea necesario con tal de que nos sigan situando en esa franja de edad que hemos llamado juventud. Léase juventud únicamente en su acepción física, cuando la piel se presenta sin arrugas ni manchas, prístina, impecable. Olvidamos que desde el momento que nacemos estamos programados para irnos un día, amen.

Cuesta admitir que, al igual que electrodomésticos, coches, ordenadores y demás cachivaches electrónicos programados para dejar de ser útiles el tiempo que el fabricante haya estimado, también nosotros tenemos nuestra propia obsolescencia. Allá cada cual con sus creencias y piense en una obsolescencia programada por un ser omnipotente, el destino, o simplemente el tiempo. Pero que padecemos de obsolescencia, seguro.

El proyecto de Reme Silvestre (Monóvar, Alicante, 1992) gira en torno a esa obsesión que nos corroe por jugar al escondite con el tiempo, por evitarlo, por prolongar aquello que hoy en día más se está valorando: eliminar el envejecimiento. PO, siglas que vemos repetidas una y otra vez en la muestra, son en su acepción inglesa esa programada obsolescencia que mencionábamos. Ya en su primera pieza, abriendo la muestra y dejadas caer entre las cintas de un gran arnés de entrenamiento, aparecen dos pequeñas píldoras. %100, la segunda parte de la marca que la artista ha recreado, remite a la estupidez comercial, o quizás no tan estúpida, de colocar números y porcentajes a las marcas; parece que si es cien por cien algo o lleva una letra y números, nos sentimos más propensos a adquirir el producto. Y en ese momento, al percibir las pastillas, es cuando comenzamos a intuir el mensaje: para seguir ejercitándose físicamente y mantener el cuerpo terso, atlético y joven, hay que recurrir a la química. Rapid relief, ese rápido alivio que intitula la muestra es otra forma más de autoengaño. No todo es, pues, entrenar y sudar.

Más allá, una serie de tablas blancas, pulidas, relucientes -nuevas, perfectas, inmaculadas- sobre un azulado fondo invitan a practicar algún deporte marino. Lo cierto es que igual pueden ser tablas de surf sobre las que practicar y entrenar que blancas camillas recogiendo nuestros baldados cuerpos, o incluso féretros donde irán a reposar nuestros restos, eso sí tersos y jóvenes, en apariencia. Toda una crítica a nuestra sociedad de una joven y prometedora artista.

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