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¿Ahora se enteran de que también en el cine hay machismo?

¿Ahora se enteran de que también en el cine hay machismo?

Antes, mucho antes de que el productor cinematográfico Harvey Weinstein monopolizara las páginas de prensa, revistas y pantallas de televisión con su rechoncho aspecto a cuenta de sus abusos sexuales contra actrices y aspirantes a serlo, ya era sabido por todos que el machismo y la violencia sexual contra las mujeres son mucho más antiguos que el celuloide. Sin ir más lejos, ya en la Biblia se asegura que Dios tuvo a bien crear primero a Adán, entreteniéndose después hurgando en sus costillas, de las que saldría Eva, en el único parto conocido de varón en toda la Historia. Dicho de otro modo, la mujer es desde el principio producto del hombre, y así le ha ido durante miles de años.

Eso ocurría mucho antes de la invención del celuloide, y el pobre, ya cadavérico, no tiene culpa de nada.

Son más bien los hombres, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, los que han preferido ver en las mujeres algo sin más sustancia que la de poder ser cubiertas de cualquier manera. Dicho sea en general, claro, ya que cada regla incluye sus excepciones. Lo cierto es que la opresión de las mujeres en todos los ámbitos de la actividad humana es tan legendaria como, tal vez, interminable para muchas de ellas. Una opresión que no se anda con contemplaciones y que comenzó a ser cuestionada por sus víctimas hace apenas un par de siglos. Al parecer, ha sido necesario esperar hasta el xxi de nuestra era para asistir a una explosión que sin duda cambiará por completo el curso de la vida humana.

Se trata de la revolución en marcha de mayor enjundia universal, destinada a cambiar de una vez usos, hábitos y costumbres muy arraigadas tanto en lo personal como en lo profesional, en una perspectiva en la que todos habremos de salir beneficiados. Basta ya de episodios chuscos, como el que le ocurrió a nuestra Celia Amorós, que al obtener una cátedra en la Complutense y encontrarse sin despacho propio recurrió a una argucia genial: llevarse de su casa una mesa de cocina e instalarse ante ella en un pasillo de la facultad correspondiente, como lo oyen. Así que, muchachos, agrupémonos todos a favor de esta lucha final que marca un comienzo hasta ahora desconocido. Empecemos a rechazar de una vez viejas argucias ligonas como la casposa galantería interesada, esa cursi basura que tanto deseo pornográfico quiere ocultar, recurramos sin cesar a la buena educación, admitamos sin desmayo que lo que consideramos una tía buena siempre será algo más que eso y no demos más rodeos mentirosos para lograr lo que más nos apetece.

Coloquemos el respeto sexual como bandera de nuestra conducta con las mujeres, ni se nos ocurra trampear con ellas en callejones oscuros o en jardines abiertos, debe terminar para siempre el recurso tan extendido de utilizar puestos de responsabilidad profesional para conseguir que las subordinadas se abran de piernas ante nosotros, y liquidar también la mendicante costumbre de palpar como al descuido cuerpos ajenos en los transportes públicos, pasillos de oficina o barras de bar€ Son tantas las cosas que es preciso dejar de hacer que resulta imposible mencionarlas aquí desdeñando los olvidos. Y aún así es más que oportuno insistir en que nada hay tan deleznable como aprovecharse de la prostitución para «echar un polvo», ya sea de lujo o en barrios de pánico, ya que la mayoría de prostitutas lo son muy a su pesar. Que cada cual piense en su conducta con las mujeres y descarte buena parte de sus hábitos si no desea que le ocurra algo peor que seguir haciendo el ridículo.

Volviendo al mundo del cine y a otros parecidos, me parece muy adecuado seguir desvelando casos de acoso y derribo sexual, y de toda índole, aunque creo que en tanto no se logran los objetivos previstos, conviene distinguir entre vida y obra, sin desdeñar por eso sus posibles nexos de unión, sobre todo en los casos ocurridos con anterioridad a la generalización de la justa exigencia de que no vuelvan a repetirse. Por no aducir sino unos pocos ejemplos, buena parte de la obra de Román Polanski es excepcional, de modo que considero incorrecto condenar cinematográficamente al autor de Chinatown: haber violado con trampas a una adolescente no resta mérito alguno a esa película, ni constituye razón suficiente para aconsejar que desaparezca de las pantallas, sobre todo si se acepta que en ella no hay ni un solo plano que aliente violación alguna, antes al contrario.

El caso de Woody Allen parece algo más complejo. No hay duda de que estamos ante un viejo verde, como casi todos los que pueden permitírselo. Nunca me han interesado sus ingeniosos chistes de origen judío. No se trata aquí de atacar al cineasta mediante semejante constatación, sobre todo si se comparte la opinión de que su cine no tiene, como cine, más interés que su cansino malabarismo de ingeniosidades verbales. Al fin y al cabo, el mismo Freud recopiló numerosos chistes judíos, a los que atribuía características especificas, para su libro El chiste y su relación con el inconsciente, y el maestro Billy Wilder no vaciló en elegir, con variantes, uno de ellos para poner punto final a Con faldas y a lo loco. Y con notable éxito, por cierto.

Es como si considerásemos personas de gran talento taurino a gente como Albert Boadella (ahora presidente electo de Tabarnia), Fernando Savater y los demás al despotricar hace unos días, en la segunda cadena de la televisión pública y a las cinco en punto de la tarde contra los animalistas, pobres almas de Dios que no contentos con sufrir cuando pegan a un gato protestan en grupo ante las atrocidades taurinas. Presumiblemente remunerados con parte de nuestros impuestos, tanto Savater como Boadella merecieron por lo menos que les cortaran alguna oreja al acabar su faena. En un tono que pretendía ser irónico, Savater se lució afirmando que si se reconocían derechos a los animales también había que demandarles deberes (como si eso no estuviera ya ocurriendo con los llamados animales de compañía), mientras que Boadella, algo más irritado, intentó argumentar que hablar de tortura hacia los toros en el ruedo era una auténtica barrabasada, ya que torturar es un concepto humano que no cabe aplicar a los animales. Se ve que la tortura es humana, mientras que causar daño físico es divino. Ignoro, entre otras muchas cosas, si el árbol sufre cuando es talado, perdiendo así buena parte de sus propias ramas, seguramente por su bien. Pero sé que el gato maúlla cuando le agreden, que el perro ladra y el toro muge si les molestan. Expresiones animales todas ellas cuyo significado entienden perfectamente los humanos. ¿No será que el maestro de Albert Rivera confunde el dolor con el motivo de causarlo en nombre de no se sabe bien qué desdichado arte? Y añadió, algo más irritado, que ahora incluso había psiquiatras para perros, como haciéndose el inocente y no supiera todavía, incluso por experiencia propia, que la mayoría de animales-personas casi siempre ha tratado de convertir en negocio sus más queridas aficiones. No hay en la psiquiatría perruna novedad alguna, como no la hay en la aburrida letanía de definir la masacre taurina como auténtica obra de arte, supongo yo que debido a que contiene tanto hábitos longevos como reglas (rituales más bien) de funcionamiento.

Así las cosas, hasta es posible que Trump no padezca enfermedad mental alguna, sino que simplemente sea algo más imbécil que sus votantes. Un respeto para los enfermos mentales, por favor. El botón nuclear está en manos de Trump, no en las de sus votantes, aunque no se sabe qué viene a ser peor. Es en cierto modo lo que ocurre con Albert Inés Rivera Arrimadas de Rajoy. Aturdido por las encuestas que le auguran la Presidencia del Gobierno, no vacila en admitir para su partido los votos provenientes de los populares. Y es que (pero ésta es otra fea cuestión), los partidos políticos están para hacerse con los votos de sus oponentes, sin que les importe gran cosa manejar el cotarro con semejante andamiaje. El mercado también es eso.

Y una nota final, si me permiten. Ahora que se acercan las temibles Fallas, como ciudadano valenciano me niego a ser despertado a petardazos mañaneros en los días falleros. ¿Alguien sería tan amable de indicarme a qué ventanilla debo acudir para evitarlo?

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