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A propósito de Cataluña y Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), reside en la actualidad en Londres.

Eduardo Mendoza, a diferencia de otros importantes escritores contemporáneos, escasísimas veces escribe sobre la política actual. La interminable crisis catalana, dañina para todos los españoles, catalanes incluidos, ha hecho que rompiera el fuego. Lo hizo con un artículo, en un diario nacional, en el que -cito de memoria- escribió: «Cuando en un país la gente se manifiesta libremente diciendo que no hay democracia en el mismo, es que la hay».

Hace unos meses publicó en Seix Barral una obra con el título Qué está pasando en Cataluña. El librito sólo tiene 96 páginas. Pero en ellas dice mucho más que lo que otros necesitan cientos para decir menos. En la introducción al libro advierte que, aunque catalán, pasa la mayor parte de su tiempo fuera de España y de Cataluña. En sus encuentros públicos con extranjeros se sorprende que muchos de ellos piensen como si la Guerra Civil hubiera acabado ayer y Franco todavía presidiera los destinos de España desde El Pardo. No es extraño si tenemos en cuenta que en nuestro propio país, a veces, uno tiene esa sensación; parece que algunos pensaran lo mismo, o aparentan creérselo. Y el caso es que la mayoría de los españoles no conocieron la dictadura.

Con su magistral prosa escribe nuestro autor: «Contra toda evidencia, yo sigo creyendo que el franquismo, tal como ahora se le invoca, es una simple manipulación de un concepto que vale para muchas cosas y que, afortunadamente, nada tiene que ver con el artículo genuino.»

En el segundo capítulo recuerda hechos que muchos catalanes parecen haber olvidado. Que ciertamente Cataluña sufrió la represión de los vencedores. Pero no más que el resto de España, y menos que otras, porque la proximidad de la frontera permitió la huida de muchos. Penoso es el exilio, pero es preferible al fusilamiento. Así como qué muchos importantes intelectuales catalanes, como Josep Pla, apoyaron a los rebeldes. Y figuras clave del catalanismo político de derechas como Cambó.

En otro de sus capítulos comenta, brevemente, la enorme transformación en todos los ámbitos que ocurrió en Barcelona entre la Exposición Universal de 1888 y la Exposición Internacional de 1929. Este tema lo aborda como hilo conductor de su excelente y divertidísima novela La ciudad de los prodigios.

No voy a contar el libro entero aunque sea corto. En otro capítulo titulado «La burguesía catalana no tiene quién le escriba» afirma, en pocas palabras, que los catalanes tiraron piedra sobre su propio tejado. La intelectualidad catalana, hijos bohemios de burgueses, como Josep Maria Sagarra o Mercè Rodoreda fustigaron los defectos de la burguesía local. Ciertamente muchas cosas malas se pueden decir del sistema burgués, «pero también se pueden decir cosas malas de la monarquía, de la nobleza o del ejército, y no obstante sobre estas instituciones han llovido halagos inmerecidos de la literatura, la pintura y la música.»

Creo que estos apuntes serán lo suficientemente sugerentes para animar al lector a dedicar dos o tres horas a esta obra, que aborda un tema tan de actualidad como inteligentemente tratado.

Gurb refuta a Ortega

Como ya indiqué al principio de estas líneas el valor de Mendoza se centra básicamente en su amplia obra literaria, no en sus ensayos socio-políticos, puesto que el libro que he recomendado es prácticamente un ejemplar único en su creación. El humor es sin duda una savia que recorre toda la escritura de nuestro autor, desde el más explosivo hispánico, que es el dominante en buena parte de ella, como el más sutil británico que es bien visible en otras de referencias religiosas.

Sin embargo en uno solo de sus libros don Eduardo refuta «de facto» una tesis importante de Ortega en su ensayo Ideas de la novela, en la que sentencia la escasa importancia del argumento en la novela del siglo xx. Con su elegante estilo, rayano en lo pedantesco, escribía don José en 1925: «Es un error representarse la novela -y me refiero sobre todo a la moderna- como un orbe infinito, del cual pueden extraerse siempre nuevas formas. Mejor fuera imaginarla como una cantera de vientre enorme, pero finito. Existe en la novela un número de temas definido de temas posibles». La refutación al prolífico ensayista se llama Sin noticias de Gurb. El gran Ortega escribía mucho, tanto, que lo hacía de lo que sabía, y de lo que sabía menos. Sin noticias de Gurb, editada en forma folletinesca en un diario nacional, posteriormente se publicaría en forma de libro por la editorial Seix Barral.

En mi personal opinión resuenan en ella, como en la saga iniciada con El misterio de la cripta embrujada en torno al detective internado a su pesar en un manicomio más por razones socio-económicas que por locura, los ecos de la hilarante El Lazarillo de Tormes. Con una ventaja. Mientras el Lazarillo retrata de forma impecable la España de mediados del siglo xvi, la sátira mendoziana describe una España que muchos hemos conocido: la de las últimas tres décadas y media. Eso ayuda a la comprensión y a la risa constante, en mi caso imparable, hasta saltárseme las lágrimas. La trama de Sin noticias de Gurb parte de dos extraterrestres que llegan al planeta Tierra, adoptan forma humana, uno de ellos desaparece -Gurb-, y el segundo que narra la historia en primera persona, mientras que lo busca, conoce los diversos ambientes de la Barcelona de los 90, desde el «tascorro» con avejentadas prostitutas y holgazanes parroquianos, hasta el yuppie enloquecido. En lo que podía parecer una cruel burla del ser humano, subyace un oculto pero evidente cariño por esta criatura. Y es una de las mejores cualidades de nuestro catalán itinerante.

Un Nobel para Mendoza

Mendoza ha recibido en cuarenta años prácticamente todos los premios literarios que se otorgan en España, hasta el Cervantes en el 2016. Se merece el Nobel más que ninguno de sus contemporáneos españoles, incluido el madrileño que frecuentemente suena para ese galardón, tan buen articulista como aburrido novelista.

Ahí están las dos novelas largas de Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios antes citada. La excelente saga del detective, o su trilogía satírica sobre el cristianismo desde la perspectiva irónica de un no creyente. La últimas de las tres, Las barbas del profeta, se refiere principalmente al Antiguo Testamento. La diversión está asegurada de nuevo con este libro. Se mofa del sabio Salomón, en cuyo relato bíblico sólo da prueba de su sabiduría en la amenaza de matar al niño, cuya maternidad se disputan dos mujeres, para que con su cariño hacia su hijo se manifieste la auténtica madre, que lo prefiere vivo, aunque pierda sus legítimos derechos del parto. Poco bagaje para tan renombrado sabio. O de la estupidez de los filisteos que después de descubrir, gracias a la tan hermosa como pérfida Dalila, el secreto de la inhumana fuerza de Sansón, que como se sabe no era otra que su larga cabellera, y por tanto se la cortan mientras duerme; pero no se les ocurre que con el paso del tiempo el pelo crece, y gracias a ello Sansón recupera su fuerza. Aunque no contentos con la esta estulticia, el día de una gran fiesta en su palacio real, trasladan al nuevamente forzudo al mismo y lo atan a una columna, lo que permite a Sansón derribar el edificio, lanzando el alarido que ha pasado a la posteridad: «muera yo y, conmigo, todos los filisteos»... dejándonos la Historia Sagrada en la ignorancia sobre si la malvada Dalila murió o no en la catástrofe.

Y otras más obras que no cito para no resultar exhaustivo. Toda esta ingente y valiosa obra sin duda sitúa a Mendoza como uno de los mejores novelistas españoles de los últimos cuatro siglos. Este juicio puede parecer exagerado o entusiasta, pero si miramos hacia atrás, ¿a quién vemos?: En el último siglo a nuestro último Nobel, Cela, que sólo tiene de bueno a mi juicio La familia de Pascual Duarte, o la magnífica novela El Jarama, obra casi solitaria en la creación novelística de Sánchez Ferlosio. Mientras que los siglos anteriores, xviii y xix son perfectamente prescindibles en este género.

Y dos puntualizaciones para evitar equívocos. He escrito novelista, no escritor. España es un país más de poetas que de novelistas. En poesía nuestro Parnaso Nacional es enorme. Sólo en el siglo pasado están Juan Ramón Jiménez -el único de nuestros cinco nobeles hasta hoy que se leerá en el siglo xxii-, Machado, Cernuda, Lorca€

El segundo recordatorio. He escrito «uno de los mejores». No el mejor. A su altura, con su magnífica y diferente prosa están Galdós y Valle Inclán. Y siendo generosos, Leopoldo García-Alas, apodado Clarín, con su Regenta.

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