«Entre dos reinos»

canal 9 TV

Int. Juan Gea, Jaime Linares, Emanuel Esparza, Iris Lezcano, Álvaro Báguena, Vanesa Romero, Manuel Maestro, Lola Moltó, Ximo Solano, Rafael Calatayud. Dirección artística: Uxúa Castelló. Dirección de fotografía: Gabo Guerra. Vestuario: Miquel Carbonell. Guión: Pilar Ruiz Gutiérrez. Dirección: Miguel Perelló.

Uno de los calificativos peores que se le puede achacar a una película es que sea «teatral». Lo cual es injusto para el teatro, porque se confunde esta palabra con artificio, cuando los grandes autores realistas, como Chejov, apostaron por diálogos naturales y no literarios. También podríamos decir que lo peor que le puede ocurrir a una obra de teatro es verla filmada tal cual es. Dejémoslo en empate, porque lo primero que he dicho resume bien a las claras la miniserie titulada Entre dos reinos que Canal 9 emitió el lunes de San Vicente y que, incomprensiblemente, no se ha filmado en valenciano.

Una buena excusa, tal vez la única, para estrenar una obra que pudiera haberse quedado escondida en un cajón de esa casa que, si bien, está sacando últimamente partido a la series asainetadas (al final de la corrida, redescubrimos que llevamos el sainete en nuestro ADN), o todo lo más, de ámbito costumbristas, y tan poco cuando intenta plantear un cine de contorno histórico. Bien sea porque se trata de trabajos de encargo, bien sea porque siempre se le encarga a productoras amigas, lo cierto es que, casi siempre, estas producciones de la Generalitat acaban siendo un producto encorsetado, que no sirve ni tan siquiera para el escaparate al que es tan aficionado nuestro gobierno autónomo.

Ahora, se trataba de recuperar las figuras del padre Jofré y de San Vicente Ferrer, por lo que la acción se ha ambientado en el Hospital para Locos Inocentes (aunque adquiera, curiosamente, mayor importancia la acogida de prostitutas) que impulsaron ambos. Para dar color al asunto, la historia se centra en el amor entre una noble valenciana y un médico de origen judío. Un amor que pone en jaque el Compromiso de Caspe que determinó los designios de la Corona de Aragón, en el que, vaya por Dios, los malos son los catalanes, y el bueno, nuestro insigne Vicente, quien logra que triunfe la familia castellana de los Trastámara.

Asuntos históricos aparte, en los que no quiero entrar, porque no acabaría esta crónica por los numerosos desajustes (aunque reconozco que la ficción puede recrear la historia como quiera), el problema es que todas estas tramas aparecen desdibujadas. Primero: a la acción le cuesta muchísimo llamar la atención del respetable. Y una vez que se entra en las intrigas, el guión está repleto de ocurrencias lejanas a la verisimilitud que ya pedía Aristóteles. Un hecho que podía haberse arreglado en parte con buen cine.

Miguel Perelló, el director, no ha logrado sustituir las deficiencias con talento e ingenio. Falta empaque, un más afinado rodaje en exteriores, y menos postales con extras que hacen de extras. Por no hablar de los interiores, increíblemente iluminados. En este clima, los personajes quedan tópicos, con unos diálogos tan artificiales como los vestidos.

Reina la rutina, tanto en la utilización de la música, como en las imágenes. Falta ritmo, viveza de cámara. Se abusa de los primeros planos, lo que todavía evidencia más la ausencia de personajes verídicos. En este sentido, se nota que los actores han recibido pocas consignas de la dirección, y más parece que cada uno hace lo que puede. De ahí que gane la veteranía de Juan Gea (Jofré) o el buen hacer de Álvaro Báguena (Centelles). Por el contrario, a Jaime Linares no le llega el aliento para esa personalidad que debiera ser Vicente Ferrer.

El elenco, en general, vive las escenas con más convicción que matices, con un modo de decir más teatral que cinematográfico. El final se cortó tan repente que quedó la duda de si la cosa había acabado o tenía continuación. Una duda inquietante.