Con el espíritu combativo que le exigía la cita, el Valencia consiguió anoche en la Copa lo que no acostumbra en la Liga ni en la Champions. Ganó. Fue ante un rival menor, es cierto, pero ahora cualquier buena noticia es festejada en un equipo hambriento de estímulos. Voro, al rescate, se los ha dado. El entrenador interino sumó su séptima victoria en ocho apariciones en el primer equipo. No es moco de pavo.

Cuando comenzó a enterarse de lo que pasaba en el partido, el Valencia había recibido un gol y anotado otro. Con el manual del fútbol tosco y vertical de equipo modelo de Segunda B, el Barakaldo se había presentado valiente a la cita. Disfrutó de los regalos, durante un rato, de la defensa de circustancias que alineó Voro. Situó a Vezo, por obligación del guión, en la derecha y eligió a Orban en la izquierda. Cuatro centrales naturales por delante del portero, lo que dio vida a los avispados interiores locales. Fue Alain Arroyo el que sacó provecho a la falta de brío en la retaguardia del Valencia. Cazó un rebote y la coló dentro, con el empeine. Ryan salvó al equipo del 2-0 antes de que el Valencia rentabilizara su primera ocasión. De repente, Cancelo se encontró un pasillo en el área y con un toque sutil, con el exterior de la bota, cruzó la pelota al segundo palo. Un chispazo de luz que iluminaba la pobre entrada del Valencia en el partido.

El gol puso en situación al conjunto de Voro, ayer de blanco inmaculado. Como en los viejos tiempos. Se reordenó en el campo, pero le faltó profundidad. Nadie conectó con Rafa Mir y Santi Mina. Sólo el eléctrico Bakkali trazó alguna diagonal en el área contraria.

Voro dio entrada a Alcácer por Rafa Mir tras el descanso. La entrada del delantero resultó decisiva, porque participó de pleno en la acción del segundo gol, iniciada por Santi Mina y definida por Gayà tras un pase letal del torrentino. El gol redimió definitivamente al Valencia, que aún tuvo tiempo de rematar la faena en un penalti sobre Enzo Pérez, con el discordante Danilo en el origen de la jugada. Todos quedaron liberados. Incluido Phil Neville, con más protagonismo que nunca en el banquillo. Tiene razones.