Hay columnas en las que me pillo siendo abordado por un inminente Síndrome de Estocolmo que me estruja las ideas. El pavor a la hoja en blanco a mí, plin. A mí lo que me inquieta es acabar soltando alguna soflama comprensiva con la saga de los Lim. Que a ver uno cómo justifica reputacionalmente eso. En año y pico se ha pasado de hundirte en la miseria troll si se te ocurría dudar de los efectos placenteros de la meritonitis a ser un apestado si sientes algún atisbo de empatía hacia ellos.

Leo alegatos a favor de una dirección deportiva urgente e inmediata y a quien acabo entendiendo mejor es a los que están en Asia. A santo de qué tantas prisas por encontrar a lo que antiguamente se llamaba secretario técnico (¿cuándo pasaron a ser directores deportivos?). No es un asunto a despachar en un par de meses cualquiera. Requiere calma y contemplación. Entiendo a Lim: encontrar a un director deportivo cuando no quieres encontrarlo es bien costoso. La intemerata de pensamientos que hay que hacer para elegir bien.

Me imagino a Peter sobre sí mismo, acunado en un sofá y acariciando un móvil como quien manda SMS que piden portada. Pensando: y ahora a qué director deportivo que no quiero puedo traer€ El asunto es profundamente críptico. Contratar a alguien para un puesto que preferirías ocupado por el aire. Y encima que resulte medianamente popular. Aunque la popularidad de sus decisiones a Lim mucho mucho no parece inquietarle.

El meritonismo, tras probar con la figura del manager entrenador, se inclina más por la del manager propietario. Debe ser admirable las toneladas de impostura a deslizar para poder alcanzar un acuerdo con un candidato a quien en realidad no querrías fichar ni por asomo. Visto lo mucho que seduce a los contratados cuando viajan a Singapur (todos vuelven bien masajeados), tendrá fabricado un relato cargado de excelencias sobre un futuro de autonomía, estructura y recursos a gogó.

Tantos nombres esbozados cuando más que el quién vuelve a ser el qué. O más bien, para qué. Y la respuesta es: para nada. Justo para eso es para lo que quieren a un director deportivo. Para la apariencia, el artificio y el disimulo. Para unos meses de mirar a otro lado e intentar validar un modelo que por pura génesis va contra la figura de un líder técnico independiente.

Pero si se trata de hacernos los despistados, volveremos a loar los méritos del director deportivo escogido (o escogidos, si es que se opta por el formato Santísima Trinidad); circulen que aquí no ha pasado nada. Uno meses después veremos de nuevo las consecuencias. Así hasta que la cuerda aguante. No es quién, es fundamentalmente cómo y para qué.

No sé, creo que finalmente he evitado la amenaza del Síndrome.