Mestalla volvió a entonar el cántico de los tiempos más felices, cuando Pablo César Aimar escuchó su nombre anunciado por la megafonía y se vio empujado a levantarse de su butaca y saludar, sin abandonar el gesto discreto, como huidizo, que siempre le acompañó como futbolista. Ayer, el recuerdo al «pibe inmortal» no fue una alusión (solo) melancólica. A pesar de no lograr la victoria, la grada despidió al Valencia de Marcelino con una cerrada ovación. No por el resultado, un 0-0 que tampoco es una cosecha desdeñable ante el escuadrón que había enfrente, un Atlético que hace de cada lance una embocada, sino porque se reconoce el camino. Por volver a competir y parecerse, poco a poco, al Valencia de siempre. «Una buena señal», como sentenció Dani Parejo. Y una identificación que también sentiría ayer Pablito.

Es evidente que al Valencia le faltó una mayor presencia atacante. Sin embargo, los inicios de Claudio Ranieri, Héctor Cúper o Rafa Benítez también se caracterizaron por resultados cortos y una lenta evolución desde la seguridad defensiva. Sin lucimientos, pero con certezas. Por esa senda sigue Marcelino, al que ninguna inclemencia le desvía de la ruta. Si su norma es la de regar el campo antes de cada partido, se cumple aunque caiga un chaparrón, como sucedió. Porque cree que es oportuno, porque en el fútbol creer de forma casi religiosa en una manera de hacer las cosas es uno de los pasos más fiables hacia el éxito.

La única nota discordante del encuentro fue la bronca a Rodrigo Moreno, mediada la segunda mitad, cuando eligió mal el pase en un ataque prometedor. El delantero hispano-brasileño es, para todos los entrenadores que lo han tenido en Mestalla, otra cuestión de fe. Ven en él las condiciones de un futbolista de fuste, con clase, pero no se concreta su renacimiento. Ese factor diferencial, el talento que despunta en un equipo duro como el pedernal, es el que consiguió representar Pablo Aimar, junto a Vicente Rodríguez, en el Valencia de las dos ligas con Benítez. Y es el argumento del que sigue huérfano el bloque de Marcelino. Una limitación que se lucha con la determinación emocional extrema de Simone Zaza, pero que es insuficiente hasta que empiecen a madurar los destellos de Guedes y Pereira.

Por el contrario, el proyecto avanza con los signos de seriedad defensiva aplicados, con especial contundencia, por los fichajes Kondogbia, Murillo y Paulista. En ese tránsito hacia la normalidad, hasta la presencia de Peter Lim quede en una anécdota menor.