Con ciento veinte años de historia ha conocido desde nombres a lugares varios; originariamente, y en la calle Mallorquins, una primera generación entusiasta y juvenil abrió las "Bodegas los Docks"; los caldos se acumulaban en grandes barricas y barricas pequeñas que se distribuían el suministro con el de los aceites de los que aún se conservan los mismos surtidores; lógicamente, todo a granel.

Esas barricas, o toneles, que Plinio atribuye a los galos, fueron el primer sistema de envasado de los vinos; la madera se cortaba verticalmente, se perfilaba sobre patrones que determinaban la forma de estas piezas llamadas duelas (más anchas en el centro, para formar la barriga también llamada estesa, estrechándose en el espacio denominado testa y alcanzando su menor dimensión al llegar a los fondos que formaban dos redondeles) y mediante un sistema de calentamiento se sujetaban estrechamente con aros de mimbre, madera o hierro clasificándose por su tamañao en barril chico, de 2 a 128 litros, media bota a los mayores, y toneles a los que tenían capacidad para treinta y ocho arrobas. Ser tonelero era todo un arte que dio origen al dicho «a ojo de buen cubero» por la perspicacia de los toneleros en calcular las medidas.

Con barriles y toneles empezaron el negocio la familia Sanz que dió origen a la saga de los bodegueros; los hermanos Vicente y José Llorens Sanz, penúltimos titulares, buscaron mejor lugar en el número 6 de la calle de Santander y actualmente, la última generación, tan joven y entusiasta como la primera, José Luis y Beatriz Llorens Folgado, detentan nada menos que dos espacios.

El de la calle de Santander, nombre que adoptaron por una cuestión de titularidad intelectual en rifirrafe con la Estación del Norte, y otra en la calle de Alzira y, si bien en esta última y mas reciente, se imprime el sello de actualidad con el sistema de los supermercados con su autoservicio, en la calle de Santander se conserva la historia de una saga que con tanto sentido común como valentía se ha expandido y en las actuales circunstancias es capaz de mantenerse sin que las estrecheces familiares mengüen la calidad que constituye su sello. Imposible contar los centenares de botellas que acumulan la sangre del vientre de las uvas que, como los hombres, pareciendo todas igual son cada una diferentes y expanden el aroma de las entrañas como resultado de las cualidades de la cepa y de la capacidad, propia y ajena, de esmerarse en el tratamiento individual para extraer lo mejor que haya en ellas; como nosotros mismos. El resultado es que se dan más de dos mil quinientas variedades, según el lugar de origen y el funcionamiento de los viticultures y las bodegas.

La calle de Santander, amplia y tranquila, se impregna de la serenidad de las calles secundarias; un marco rojo, encendido, coronando dos escaparates laterales en que brilla el cristal transparente de las copas y los escanciadores compitiendo con el reflejo tenue de los colores embotellados; porque estos escaparates combinan luz y color con tersura de limpieza; cien metros la parte exterior; a la derecha, botellas en estanterías y expositores cuya parte superior culmina en el homenaje a los tiempos pasados con la alinación de las barricas. A la derecha y al frente más estanterías y al fondo, a la izquierda, ocho formidables toneles que guardaron la bebida denominada, sencillamente vino, hasta que la naturaleza del lugar y las técnicas aplicadas los diferenciaron. Tres bocas tapadas en el suelo que se utilizaron para guardar el vino a granel que los camiones descargaban con gomas conductoras desde la calle y con bombas se extraían hasta los expendedores José Luis y Beatriz hacen un esfuerzo para promocionar los vinos y cervezas valencianos, de Benifaió, Requena o Alcoi, cuyos «Senia», «Tyris o «Altura» y «Espiga», ya empiezan a ser tan reconocidos como el Cariñena del Priorato, el Morenillo de tierra Alta, que se produce entre Castellón y Tarragona; pero su mapa de suministros salta fronteras y si es posible que nos llevemos un vino rancio dulce o una mistela por solo 3€, podemos encontrar un vino hecho de las uvas llamadas «Manto Negro» en las Baleares; el Chenin Blanc, francés, de la región del Loira; el «Pinata», de Sudáfrica; hasta que la trascendencia de la temperatura para conservación de los vinos se trunca en nuestro interior que deviene helado cuando contemplamos una botella de «Petrús de Pomeral», un Burdeos que sujetamos con ambas manos antes de devolverla a su lugar no sea que el frágil cristal venza al temblor y destrocemos el frasco que contiene el vino mas caro del mundo: 1.800 €, una de esas delicias reservada a un escaso número de consumidores. Pero allí está; José Luis Llorens ejerce su militancia como proveedor del universo, y nos ofrece desde vodka con albahaca o pepinillo, producida en los Estados Unidos, el Pinata de Sudafricano y tan infinitas variedades que justifican un recreo cultural en el espacio que se duplica al fondo con un almacén que nos parece infinito.