Valencia tiene catalogados como árboles monumentales 383 de los 162.000 ejemplares que existen en sus jardines, calles y plazas. El catedrático de Paisajismo y Jardinería de la Universidad Politécnica de Valencia José Ballester Olmos habló ayer, en una conferencia ofrecida en el Ateneo Mercantil, sobre la historia y los hechos que han ocurrido bajo las copas de estos «tesoros vegetales», muchos ejemplares centenarios, que han sobrevivido en un medio urbano a numerosas vicisitudes.

Ballester Olmos, miembro de la Real Academia de Cultura Valenciana, se refirió, entre otros, al pino de «Can Calet» de Campanar, a la palmera del viejo Colegio Marista, a la encina de l´Hort de Julià, al ficus cercano a los jardines de Monforte, a las «tres damas de azul» de la Alameda, al magnolio del Marqués de San Juan (jardines de Monforte) o al ficus del Parterre, invitando a los asistentes a «descubrirlos en un paseo por los restos de los ´horts´ de viejos palacios, junto a iglesias, en huertos o claustros conventuales del casco histórico y de los barrios y antiguos arrabales, o en lo que queda de los jardines de la Valencia de la Ilustración o del Romanticismo.

El pino de «Can Calet», un ejemplar centenario de 25 metros de altura que puede admirarse en la calle Benavites, es el último superviviente del pinar de Campanar, un denso bosque de pino carrasco que se extendía desde Godella hasta Campanar y de allí, en la otra orilla del río, por la Olivereta hasta el barrio de Arrancapins.

El grupo de pinos del hort de Can Calet, una propiedad agrícola, constituía uno de los restos de aquella densa pinada documentada en el siglo XV y en la guerra del francés. De sus pinos, explicó ayer el profesor Ballester Olmos, salió la madera para las fuertes vigas del alero del palacio gótico de los Borja „hoy palau de Les Corts Valencianes„ en una de las cuales, hasta el momento de su restauración realizada hace pocos años, figuraba la leyenda «Soc del pinar de Campanar».

El ficus de la condesa de Ripalda es un ejemplar monumental que el Jardinero Mayor de Valencia salvó en 1966 de una operación urbanística municipal que edificó el solar de la antigua Feria Muestrario. A la operacion se adhirió el entonces Amalio de Marichalar, propietario del palacio de Ripalda „abuelo del ex marido de la infanta Elena„ y descendiente de la condesa de Ripalda. Preguntado por los constructores por la formula más economica para eliminar el ficus gigante del jardín, el Jardinero Mayor, Vicente Peris Sánchez, recomendó una poda intensiva sabedor de que el septuagenario ejemplar sobreviviría.

Glamour para la Alameda

A finales del siglo XIX, unos años antes de que se aprobara el proyecto de reordenación de la Alameda que acabó con la mediana arbolada del paseo-salón barroco, corazón social de la Valencia del XVIII y XIX, el Jardinero Mayor mandó construir una placita con una pérgola y una fuente dedicada a la diosa Flora (1864). La pérgola quedaba cubierta por el ramaje de cuatro glicinias, unas enredaderas de origen chino y vistosas flores azules. La pérgola de las glicinias „de las que han sobrevivido tres„ «ha aportado durante más de un siglo elegancia y glamour afrancesado al Plantío de esa despersonalizada Alameda», destacó ayer Ballester Olmos.

Cerca del ficus del palacio de Ripalda, en el jardín romántico de Monforte (Hort de Romero), construido en 1859, destaca por su monumentalidad un magnolio. Lo plantó el jardinero Garañana para Juan Romero y Mariana Conchés, futuros marqueses de San Juan. El jardín de Monforte fue diseñado por el arquitectó Sebastián Monleón, que también diseñó en en 1860 lo que hoy se conoce como jardín del Parterre, donde destaca un ficus monumental, mide 24 metros de alto y su copa cubre una superficie de 850 metros cuadrados.

La encina donde predicó San Vicente

Uno de los árboles monumentales perdidos es la encina de «l´hort de Julià» también conocido como «hort» de Santa Barbara en la calle Castán Tobeñas, en lo que hace siglos fueron terrenos de huerta al oeste de la ciudad donde las familias pudientes instalaron sus fincas de recreo. El jardín barroco de la alquería Santa Barbara era considerado en el siglo XIX «el más ameno de los jardines privados de la ciudad». Allí había plantada una encina de varios siglos. En 1914, medía 16 metros de altura y su tronco tenía un perímetro de 4.20 metros. Según la tradición, a la sombra de esa encina predicó San Vicente Ferrer. En 1936, durante la Guerra Civil, se ordenó talarla.