Cuando Jesús Barrachina entró a formar parte de la falla Convento Jerusalén-Matemático Marzal, allá por la década de los 80, en aquel diminuto casal apenas se contaban una docena de falleros.
Barrachina, un aprendiz de la fiesta entonces, se alzó con la vicepresidencia y el veneno de la fiesta se le introdujo en la sangre de golpe. Año a año, mientras la falla recuperaba el pulso, su bigote fue haciéndose un hueco en el imaginario colectivo fallero, como sus intensas celebraciones con los primeros premios llegó a afeitarse el bigote un año y sus tormentosos enfados, en los que se quedaba con «cara de gilipollas».
Pero las Fallas son sólo una de las cuatro patas que sustentan la polifacética personalidad de Jesús Barrachina, junto a la familia, la hostelería y el fútbol.
Barrachina heredó de su padre, Jesús Barrachina Fajardo, un gran negocio hostelero en la ciudad. Como excepción de lo que suele pasar con las empresas familiares, Jesús hijo hizo del apellido Barrachina un nombre mítico en el ámbito de los «caterings» y la restauración. La adjudicación del complejo Alameda Palace, Piscina Valencia y Les Graelles ahora en crisis impulsaron la carrera de este hostelero, que llegó a ser vicepresidente de la Horeca, federación internacional de Hostelería Restaurantes y Cafeterías.
Ganó más popularidad, en cambio, como vicepresidente de una de las mejores versiones del Valencia CF, el club de sus amores que todavía hoy le apasiona. Fue directivo durante tres décadas, pero de forma interrumpida. «Se enfadaba, se iba, pero siempre volvía», dicen los que le conocen.
El «imperio» Barrachina pelea ahora por sostenerse capeando el temporal. En ello se empeñan sus tres hijos: Ignacio, Jesús y Carmen Barrachina. Puede que alguno recoja un día su testigo fallero.
