En ocasiones, el nombramiento de fallera mayor de una comisión depende de un cierto alineamiento personal. Cristina Ochando se lanzó a ello con 22 años, edad de haber finalizado una carrera. Y así es: «estando en el final de la carrera de Derecho era mi momento. Después vendrá el master en abogacía y ver qué me deparará el futuro, pero ahora quería tener como prioridad ser fallera mayor». Y lo logró para completar una trilogía que inició con sus dos años de infantil: 2004 y 2005. «El primer año fui preseleccionada y estuve en la final que se celebró en Viveros. Al siguiente no había nadie y repetí de fallera mayor infantil».

Ya pudo haber sido fallera mayor en 2016, pero en aquella ocasión hubo votación en la que no ganó. Pero al ejercicio siguiente primó la antiguedad por mor de una enmienda a los estatutos que, en esta ocasión, le favoreció. «Era mi sueño, pero también el de mi abuela, mi madre, mi hermana... son muy falleras todas». Y a partir de ahí, un año «perfecto. Más feliz, imposible». Una fallera que, cuando se pertenece a esta comisión, está de vuelta con lo que para otros era la novedad de las novedades: «¿Plantar al tombe? Eso lo hacemos en mi falla desde hace tiempo. Este año fue muy especial porque la falla eran las Torres de Serranos y se levantaron las dos. Una lo hicieron los hombres y otras las mujeres. Y ya puestos, se quedó con uno de los elementos que llevaba Rita Barberá, la protagonista de su monumento».

Aunque todavía quedan muchas comisiones que no han conocido el cargo cortesano, las hay que lo tienen como un recuerdo casi borroso: si Cristina sale elegida, lo hará 30 años después de la última presencia, la de Mari Carmen Soriano, siete años antes de que ella naciera. «Era difícil estar preseleccionada, pero esto es una ilusión muy grande. En casa estamos muy contentos y sólo queda disfrutarlo».