La muerte del león Cecil a manos de un cazador ha tenido, en mi modesta opinión, un eco desmesurado en las redes sociales y en los medios de comunicación. En un país, cuyo máximo dirigente, el dictador Robert Mugabe está acusado de exterminar a más de 20.000 personas de la etnia Matabele durante la masacre étnica que tuvo lugar entre 1980 y 1987. Y, en un país, donde cientos de miles de niños mueren todos los años de hambruna y desnutrición, lo ocurrido con el león Cecil, con todos mis respetos hacia el felino, es una auténtica minucia.

La caza nos guste o no es una actividad legal. Zimbabue, junto a otros países africanos, como Kenia, Sudáfrica o Namibia son el destino turístico por antonomasia para la caza mayor. Y es, precisamente, gracias a la caza, aunque pueda parecer una paradoja por lo que muchas especies en peligro de extinción, como el rinoceronte negro, sobreviven. Lo que hay que perseguir es el furtivismo: la caza ilegal. Mientras los medios de comunicación publicaban la noticia de la muerte de Cecil, 50 crías de elefante eran capturadas de la reserva natural más importante de Zimbabue para enviarlas a China. Esta noticia pasó casi desapercibida para el común de los mortales. Sin embargo, cada vez es más frecuente el tráfico ilegal de animales y de marfil. Cientos de rinocerontes son abatidos todos los años y, desgraciadamente, no son portada en los medios de comunicación. Cecil ha tenido más suerte.

La caza, por ejemplo, para un país como Zimbabue representa el 50% del PIB. Sólo por este concepto ingresó el año pasado cerca de 70 millones de euros. Este dinero sirve para mantener los parques y preservar especies en peligro de extinción.

Resulta cuanto menos paradójico, al menos para mí, que focalicemos toda la atención en el trágico final de Cecil y no en un país que se desmorona, donde mueren niños todos los días y cuyo dictador todavía no ha sido juzgado por los crímenes cometidos.