El presidente del Gobierno Mariano Rajoy, que no ha tenido reparos en anunciar la fecha de las próximas elecciones generales en un programa de televisión, en lugar de hacerlo en el Parlamento, que es la sede de la soberanía popular, tampoco ha tenido complejos en reconocer ahora, con casi cuatro años de retraso, que no ha sido diligente ni ha actuado con rapidez y firmeza, para atajar los casos de corrupción que han afectado a su partido.

Tanta sinceridad, avergüenza y abruma a pocos meses de las próximas elecciones generales, convocadas para el 20-D.

Reconocer los errores siempre es bueno, lo que ocurre es que cuando se pierde la confianza en un gobierno, que no ha tomado medidas para combatir la corrupción, llevando, incluso, a imputados en sus listas, suena a burlesco, que quiera hacerlo si es reelegido, sobre todo, cuando ninguno, salvo el ex tesorero del PP, ahora repudiado, Luis Bárcenas ha pisado la cárcel ni ha devuelto el dinero.

Los pésimos resultados electorales cosechados por los conservadores en las pasadas elecciones autonómicas catalanas, convocadas en clave plebiscitaria, donde el PP ha pasado de 19 a 11 concejales, aunque para el candidato popular García Albiol son mejores de lo que pronosticaban las encuesta, pero mucho peores de las que obtuvo su compañera de partido en 2012, Alicia Sánchez-Camacho, deberían hacerle mover ficha, si es que quiere salvar los muebles los pocos que le quedan porque los pronósticos tampoco son muy halagüeños. O serán mejor de lo esperado?