Desde Portugal donde Pedro Sánchez ha ido esta semana para reunirse con el primer ministro luso António Costa para estudiar la fórmula que ha llevado al mandatario portugués a liderar un gobierno de izquierdas, el secretario general de los socialistas españoles, al menos, hasta el próximo Congreso ha pedido una "gran coalición progresista", sin especificar cómo piensa conseguirlo, máxime, cuando los votos de los partidos de izquierda, excluidos los nacionalistas, no suman una mayoría sólida para formar gobierno, algo, por ejemplo, que no ocurre en Portugal y donde António Costa ha contado con los votos de la izquierda radical - no nacionalista- para ser investido primer ministro. Apoyos del Partido Comunista y del Bloco de Esquerda, que reclama la salida del euro.

En España no se dan las mismas condiciones que en Portugal porque si finalmente Podemos retira su propuesta de celebrar un referéndum en Cataluña, algo improbable, necesitaría los votos de los partidos independentistas como ERC y Bildu para formar esa gran coalición progresista a la que aludía el señor Sánchez y no creo que el PSOE esté dispuesto a rebasar la línea roja que se ha marcado y que pondría en peligro la unidad de España.

Está muy bien que el señor Sánchez y está en su legítimo derecho de hacerlo, trate de buscar un pacto de izquierdas, los votantes socialistas no le perdonarían lo contario, pero debería ser algo más realista y convencerse de que no es posible, de que los números no salen, a pesar de su tozudez, a no ser que el PSOE cambie radicalmente su discurso y busque el apoyo de fuerzas independentistas como Bildu o ERC, que iría claramente en contra del posicionamiento, que siempre ha defendido el PSOE de respeto a la Constitución, las Leyes y a la unidad de España. Pero en política todo es posible y muchas veces prevalece la ambición personal por encima de los interese colectivos o generales.