Las buenas previsiones del FMI para la economía española para 2016 y 2017 contrastan con la contracción de otras economías europeas, siendo España, si se cumplen los pronósticos, la que más va a crecer en los próximos años.

Sin embargo, el gran problema de la economía española todavía sin resolver, a parte de la altísima tasa de paro, sigue siendo la abultada deuda pública, que ya supera el 100% del PIB y que no ha parado de crecer con Mariano Rajoy como presidente del gobierno . En 2010 la deuda pública era de 649.000 millones de euros, el 60,10% del PIB. En cinco años ha crecido un 66%.

La deuda per cápita, que es el resultado de dividir la deuda total de un país por el número de habitantes arroja una cifra de 22.000 euros, que es lo que cada españolito tendría que pagar para que no hubiera deuda.

Pero el problema no es la deuda, todos los países están endeudados en mayor o menor medida. Japón , por ejemplo, tenía en 2013 una deuda pública, que superaba el 242% del PIB.

El endeudamiento es bueno si sirve para acometer inversiones y garantizar bienes y servicios públicos, sin embargo, se ha convertido en un obstáculo para la recuperación económica en esa diatriba impuesta desde Bruselas entre austeridad y crecimiento.

Endeudarse para acometer inversiones es bueno y casi siempre necesario, el problema es cuando ese endeudamiento va destinado a obras faraónicas de nula rentabilidad, tanto social como económica y a sobrecostes disparatados. Y en la Comunidad Valenciana y bajo los gobiernos del PP tenemos por desgracia muchos ejemplos de dinero público mal empleado: aeropuertos sin aviones o edificios futuristas a medio terminar, por ejemplo.

España dedica al pago de intereses algo más de 36.000 millones de euros.

Los expertos económicos estiman que para que el crecimiento sea sostenido hay que reducir la deuda, pero para que esta no sea insostenible hay que apostar por tres premisas: perseverar con los ajustes fiscales, conseguir unas buenas condiciones financieras y acometer reformas estructurales. No nos equivoquemos: Mantener una deuda elevada sin abordar reformas significa hipotecar el futuro: el nuestro y el de las generaciones venideras.