A la señora Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, le diría que deje de ofender a los católicos con sus continuos ataques y mofas y se dedique a ejercer la tarea para la cual fue elegida, muy descuidada, por cierto, que no es otra, que defender los intereses de sus conciudadanos con políticas que mejoren su calidad de vida. Para eso la eligieron los ciudadanos de Cataluña y no para otra cosa, aunque usted sigue ejerciendo más de activista que de alcaldesa.

Se puede ser creyente o no, de derechas o de izquierdas, monárquico o republicano, lo que no es admisible en un estado de derecho es la ofensa gratuita ni contra los católicos ni contra nadie.

Se da la circunstancia, además, que por el cargo público que ocupa, la señora alcaldesa representa a todos los catalanes, creyentes y no y sólo por ese motivo debería ser más respetuosa, independientemente de su credo religioso.

Que España sea un país laico y aconfesional, como reconoce la propia Constitución no les da ningún derecho a ofender a los creyentes.

Vaya por delante que soy católico no practicante, pero me indigna como a cualquier persona de buena fe que se utilice la religión, cualquiera que esta sea, judía, católica, ortodoxa, budista o musulmana, para hacer escarnio o mofarse de ella.

La señora Ada Colau debería preocuparse más por gestionar mejor su Ayuntamiento, uno de los más endeudados de España porque desde que llegó al consistorio, la deuda no ha parado de crecer y sigue sin consensuarse un calendario de pagos.

He tenido la paciencia cristiana de escuchar el poema de principio a fin y sólo se me ocurre una palabra: deleznable. También ofensiva, provocadora, irreverente, blasfema ,reaccionaria y de muy mal gusto.

Hay una ola de anticlericalismo galopante, un odio atávico hacia la religión y toda la simbología cristiana realmente preocupante en un país donde se debería garantizar la libertad religiosa y de culto.

Yo le recomendaría a la poetisa Dolors Miquel, cuyo poema "Mare nostra", donde se dicen lindezas del tipo "santificado sea vuestro coño", que dedicara otro poema con la misma intensidad y carga poética a los musulmanes y que lo leyera con la misma sorna y desparpajo en una mezquita y que la señora alcaldesa estuviera allí para vitorearla y aplaudirle. La reacción del imán y del mundo musulmán hubiera sido otra muy distinta a la mostrada por los católicos que sólo piden respeto.