Algunos pensábamos ingenuamente que tras la muerte del pequeño Aylan las cosas iban a cambiar, y la comunidad internacional se pondría las pilas para dar solución al drama de los refugiados, pero no ha sido así.

Desde la muerte del niño sirio, cuyo cadáver apareció tendido en una playa de Turquía y su fotografía dio la vuelta al mundo, son muchos los pequeños que han perecido ahogados engullidos por el mar, junto a familias enteras, que huyen desesperadamente de la guerra.

Las imágenes de infames campamentos, auténticos campos de concentración y de refugiados cruzando ríos en pleno invierno, que son tratados como animales cuando llegan a la frontera de Grecia con Macedonia son de una crudeza inenarrables. Rodeados de vallas con pinchos y gaseados por la polícia.

Cuando se cumplen cinco años de la guerra en Siria, el presidente ruso Vladimir Puttin anunciaba estos días el repliegue de sus tropas y daba por cumplidos sus objetivos, que más allá de mantener en el poder al tirano Al Asad y masacrar a la población civil con sus bombardeos no sé muy bien cuáles han sido.

Siria se ha convertido en un auténtico avispero con multitud de frentes abiertos. El fracaso de la comunidad internacional para desalojar del poder a Bashar al -Asad y establecer un plan de paz en la zona con la presencia de cascos azules, como se ha hecho en otras zonas en conflicto debería hacer replantearse a la ONU su papel en el mundo como organismo garante de la paz, la seguridad y la justicia en el mundo.

Escribir desde donde lo hago yo es muy cómodo y puede resultar hasta pretencioso porque hay que ponerse en la piel de estas personas para saber de verdad lo que están pasando. Gente como usted o como yo, que estudiaban, tenían un trabajo y lo han tenido que abandonar todo para escapar de la guerra y cuando salen de su país se encuentran con otra realidad, la de la Europa rica, próspera y solidaria que les da la espalda y les cierra las fronteras y lo que es peor: su futuro.