Ayer miércoles un fatal accidente acabó con la vida de mi perrita Duba, una preciosa labradora color chocolate, que el próximo mes de julio iba a cumplir dos años.

Duba era una perra juguetona, inquieta, obediente, social, cariñosa y, sobre todo, una perra muy alegre. Una alegría que nos contagiaba a todos. Aunque hubiéramos pasado un mal día, ella sabía cómo hacer para arrancarnos una sonrisa. Siempre correteando de aquí para allá. Le gustaba que le lanzaras palos o piñas , mordisquear el agua que salía a chorros de la manguera.

Al principio de llevármela a cazar venía detrás de mí, pero poco a poco fue cogiendo afición y ya era una perra muy experimentada para la corta edad que tenía. No había perdiz alicortada que se le resistiese. Uno de los últimos viajes que hice con ella me cobró 3 perdices de ala.

Duba la conseguí gracias a Rosendo, el guarda de caza de la Finca Torre Maiquez, en Pozo Cañada. Mi amigo Pepe Sala había estado cazando allí y había visto la media docena de labradores que cazan a las órdenes de Rosendo en ojeo y al saltoy me habló maravilla de ellos. Hablé con él y a los pocos meses me la trajo, junto a dos hermanas suyas.

Cuando llegaba a casa siempre era una sorpresa. No había día que no estuviera en la puerta esperándome. Oía el coche o el tractor de lejos y era la primera en venir a saludarme. Moviendo el rabo o desperezándose en señal de bienvenida. Era muy glotona. Había que tener cuidado en dejar las puertas cerradas porque al menor descuido te dejaba sin pan o lo que pillara encima de la mesa.

Hay que ver cómo te puede cambiar la vida en cuestión de minutos o de segundos. Ese día estábamos mi mujer y yo viendo como estaban replantando unas faltas en un campo de viña que tengo pegado a la finca. Dejé a los perros atados, pero Duba solía quitarse el collar con mucha habilidad. No le gustaba estar atada. Dolo y yo cruzamos la carretera para charlar un rato con la cuadrilla y hacer unas cuantas fotografías. Duba debió oírnos y trató de cruzar la carretera, sin percatarse del peligro. La mala suerte quiso que una furgoneta pasara por allí en ese momento y la arrollara.

Me siento en cierto modo culpable de lo ocurrido. Quizá sin en lugar de atarla, a sabiendas de que podía soltarse, la hubiera metido en la perrera junto con el resto de los perros o la hubiera guardado en el patio, esto no hubiera sucedido.

En los casi dos años que he podido disfrutar de su compañía y de su cariño, solo tengo palabras de agradecimiento. Te voy a echar mucho de menos pequeña.

De este modo tan certero descríbía mi mujer Dolores a Duba:

"Una explosión contagiosa de vitalidad, coletazos alocados meneando con gracia y desparpajo la cadera, saltos y rápidas carreras , labridos juguetones, palos convertidos en palillos, asaltos a la despensa a hurtadillas, lametazos inesperados, baños infinitos con su segura sacudida, mojandonos a todos y arracandonos, como siempre, una carcajada y un... ¡Duubaa!.. cómo te echamos de menos, pequeña".