Si, finalmente, no hay acuerdo para la investidura de Mariano Rajoy y todo apunta en esa dirección y hay nuevas elecciones, tengo muy claro que no votaré al PSOE, como en anteriores ocasiones. Y no me duelen prendas reconocerlo.

Es inconcebible que un partido como el PSOE que siempre ha hecho gala del diálogo, el entendimiento y el pacto, no sea capaz de sentarse ni siquiera a hablar con el partido que ha ganado las elecciones. Sánchez ha llegado a anticipar que votará en contra de los presupuestos, augurando nuevos recortes, cuando ni siquiera existe un borrador de los PGE. ¿Pero cómo se puede votar en contra de algo que todavía no se conoce? ¿Dónde se ha visto algo igual? Habrá que estudiarlo y valorarlo, primero y luego presentar las enmiendas que estime oportunas y rechazarlo o aprobarlo, según proceda. Pero no antes. No se puede opinar sobre lo que no se conoce.

El PSOE no tuvo reparos en dialogar con Ciudadanos y pergeñar un paquete de 200 medidas, lo cual fue desde mi punto de vista una buena noticia para tratar de desbloquear la situación. Aquello acabó en fracaso porque tampoco el PP se quiso sumar al acuerdo.

Parece una rabieta de críos, una pataleta en la que la animadversión personal entre ambos líderes está condicionando y paralizando la vida política y económica de este país. Y esto es inaceptable que ocurra. Creo que sin Mariano Rajoy y Pedro Sánchez al frente de sus respectivos partidos, sería más fácil el entendimiento y llegar a posibles acuerdos. Ambos se han convertido en un obstáculo peligroso.

Los resultados del PSOE van de mal en peor, elección tras elección y el secretario general va por la vida como el gran triunfador, con una falsa sonrisa plagiada de las telenovelas más rancias. En una empresa lo hubieran largado a las primaras de cambio. Un resultado electoral como el cosechado estas últimas elecciones por el señor Sánchez y su equipo, con una pérdida de varios millones de votos, peor que los que cosechó Pérez Rubalcaba, que ya es decir, hubieran supuesto en cualquier país democrático, la inminente dimisión o cese de su candidato y de todo su equipo, sencillamente por una cuestión de decencia política. En España, no. Aquí todos siguen en sus cargos y más chulos que un ocho, como si nada hubiera pasado.

El éxito para que aquello no tuviera tufo de un gran fracaso electoral fue haber aguantado el "sorpasso" de Podemos. Y con eso se conformaron. Ni una sola autocrítica sobre el por qué habían perdido tanto apoyo social.

El PSOE con un pasado histórico innegable en la defensa de los derechos de los trabajadores y cuya contribución al estado del bienestar y a la conquista de los derechos sociales han hecho de este país una nación más próspera, libre y justa desde todos los puntos de vista. La defensa de una sanidad de calidad, pública y universal para todos. La defensa de la igualdad de oportunidades. La educación pública y gratuita. Las ayudas a la dependencia. Son logros innegables.

No entiendo esta postura inamovible de negarse al diálogo, cuando la prioridad en estos momentos es dar estabilidad al país y para ello es necesario que se constituya un gobierno lo antes posible porque la incertidumbre política, ya está pasando su factura en términos económicos, con una contracción del PIB en varias décimas y de seguir así la cosa podría empeorar rápidamente, precisamente, cuando estábamos empezando a ver la luz al final del túnel y estamos creciendo más que nuestros socios europeos y las previsiones económicas y de empleo son buenas para los próximos años. Aunque es obvio que esta mejoría no se ha trasladado a toda la población, con casi 4 millones de parados. Bloquear la situación o decir que el PP tiene que buscar aliados dentro de su espectro político- ya lo ha hecho con Ciudadanos - es no asumir la responsabilidad que le corresponde al PSOE como el principal partido de la oposición. Tirar balones fuera, si me permiten el símil futbolístico. El PSOE sabe perfectamente que ese apoyo hoy por hoy no puede buscarlo ni en el PNV ni en la antigua Convergéncia, que en épocas pasadas ayudaron y mucho a la gobernabilidad de este país en diferentes gobiernos, tanto con los socialistas como con los populares. Política escrita en mayúsculas, pero las circunstancias actuales son otras bien distintas. El acuerdo y el diálogo debe darse, sobre todo, entre los partidos constitucionalistas, que suman más del 80% en el Parlamento. Hay coincidencias en temas de Estado fundamentales, que requieren de consenso: política europea, estabilidad presupuestaria, pensiones, lucha contra el terrorismo, seguridad, unidad de España, etc.

Hoy es imposible pensar en un pacto de esas características porque priman más los intereses personales y de partido, que el interés general. Los partidos políticos son organizaciones al servicio de los ciudadanos y no para mayor gloria de sus dirigentes.

Pero el impasse del PSOE, que se niega a abstenerse en la investidura de Rajoy y por otro lado tampoco ofrece una alternativa para un gobierno de izquierdas con Podemos, entre otras razones porque los números no salen y sería necesario el apoyo de los nacionalistas para ese hipotético gran gobierno de concentración, demuestran la enorme incapacidad del PSOE y de sus dirigentes para tomar decisiones y ofrecer alternativas serias, más allá de su inmovilismo, que nos lleva irremediablemente a unas nuevas elecciones, las terceras en menos de un año, algo que no quieren la mayoría de los españoles y que demostraría un nuevo fracaso de la clase política. Otro más.

Durante la Transición no había dudas en este sentido y fue posible el entendimiento y el diálogo permanente en una época mucho más dura y difícil porque acabábamos de salir de una feroz dictadura. Y ahí estaba hasta el PCE de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri arrimando el ascua. Fue posible la reconciliación nacional después de una cruenta guerra civil. Hoy se ha vuelto al frentismo de las dos Españas, que ya se creían superadas. Solo puedo decir una cosa: qué pena de país.