Para garantizarse el apoyo de los anticapitalistas de la CUP en la moción de confianza y aprobar los presupuestos, el presidente catalán Carles Puigdemont ha lanzado un nuevo órdago al Estado y ha sido el anuncio de un referéndum de independencia unilateral para el próximo otoño de 2017, que pese a no tener ninguna legitimidad ni recorrido como ha reconocido el propio Miquel Iceta es una prerrogativa del govern catalá que se siente legitimado para ello.

Mientras el parlament de Cataluña se niega a cumplir y acatar las resoluciones del Tribunal Constitucional, aquí seguimos sin gobierno o mejor dicho con un gobierno en funciones desde hace casi un año y sin que los partidos llamados constitucionalistas logren ponerse de acuerdo.

En este marasmo político, los nacionalistas aprovechan este vacío de poder para hacer valer sus reivindicaciones independentistas con absoluta impunidad, saltándose las leyes, que parece que solo nos afectan a los demás. Salvo cuando se trata de pedir dinero al Estado, a través del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA).

Un PSOE dividido y en plena escisión y un gobierno en funciones son el mejor caldo de cultivo para los populismos y los radicalismos exacerbados.

No entiendo por qué los dos principales partidos, PP y PSOE no se ponen de acuerdo, al menos, en lo fundamental y ponen coto a las demandas secesionistas, que han ido ya demasiado lejos.

Si para ello hay que reformar la Constitución y apostar por un modelo federal, que lo hagan. Se han puesto de acuerdo para otras cuestiones cuando el momento lo ha requerido. El independentismo catalán que hace solo unos años era una asunto menor, hoy es un problema de Estado al que hay que darle solución. No podemos estar cada dos por tres, bajo la amenaza de un nuevo referéndum independentista y el incumplimiento de las leyes. No es serio.

El radicalismo que hay ido cogiendo la antigua Convergencia Democrática de Cataluña, un partido democristiano de la burguesía catalana de posiciones moderadas, que ayudó en la época de Pujol a la gobernabilidad de España, hoy en manos de un partido anticapitalista como la CUP y de los republicanos de ERC, dibujan un panorama muy complicado y la base de la solución es el diálogo.

Los retos no solo territoriales que tiene este país por delante hacen necesario un gobierno sólido y estable de forma urgente. Nos jugamos mucho en Europa y también en España. Los partidos, todos, deberían dejar de mirarse el ombligo y pensar más en los intereses generales de este país porque el momento es extremadamente grave.