Pablo Iglesias es un auténtico agitador y provocador. Tras los graves incidentes en la UAM, donde un grupo de energúmenos impidió que se celebrara la conferencia que iban a pronunciar el ex presidente Felipe González y el presidente del grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, no ha habido ni una sola palabra de condena a un acto tan execrable y antidemocrático como este por parte del dirigente de Podemos sino más bien al contrario y sigue con su furibunda campaña personal contra los medios de comunicación que no le son afines en un claro ejercicio de prepotencia y soberbia.

Cuando he visto en televisión las imágenes del centenar de radicales, con pancartas, llamando "terrorista" a Felipe González y con referencias a la cal viva, como ya hiciera el propio Pablo Iglesias en el Parlamento, me ha venido a la memoria, los difíciles años del franquismo, donde todos los derechos estaban cercenados, incluido, el de la libertad de expresión. Me da terror pensar que con esta gente, podamos volver a una situación de falta de libertades igual o peor a la que vivimos durante el franquismo.

Estos valientes, que llevaban puestas unas caretas, porque ni siquiera tuvieron cojones de hacerlo con la cara descubierta, consideran que la universidad es de ellos, y de nadie más. Así entiende este tipo de gente la democracia.

He escuchado a diputados como Joan Tardá de ERC o a Francesc Homs de la antigua Convergencia de Cataluña, calificar de "provocador" al propio González por el hecho de ir a la Universidad a dar una conferencia. El propio Tardá, que siempre se pasa de frenada le ha recomendado que no vaya por allí. ¿Qué pasaría si hicieran lo mismo con el dirigente de ERC o con cualquier otro dirigente político? Mi postura sería la misma: condenar la falta de libertad. La de ellos, no.

Que el señor González y el señor Cebrián, en este caso, también le ocurrió a Rosa Diez y creo que también a Fernando Sabater, no puedan dar su conferencia libremente o decir públicamente lo que piensan es un signo claro y más que evidente de que estamos retrocediendo en cuestión de libertades y de derechos de una forma muy peligrosa y a pasos acelerados.

Los partidos políticos deberían hacer todo lo que esté en sus manos para recuperar el espíritu de la Transición, que hizo posible la reconciliación nacional entre partidos de diferente ideología, tras 40 años de dictadura. Creo que ahora más que nunca conviene calmar los ánimos porque las crisis son el mejor caldo de cultivo para los populismos.