La temporada de caza está tocando a su fin, así que hay que aprovechar los pocos días que quedan. A las 8,30 he pasado a recoger a Mauro para irnos a El Bonillo. El día anterior estuvimos en su finca tirando al conejo con hurón.

A las 10,30 llegábamos a nuestro punto de destino: El coto La Patirroja, en el Bonillo. Allí nos esperaba Kiko y Sergio, que sería la persona encargada de acompañarnos en esta ocasión. Tampoco Césareo pudo hacerlo esta vez, ya que le habían asignado otra cuadrilla.

El día amaneció fresco, pero soleado. El termómetro marcaba 10 grados. En las zonas más hondas todavía quedan restos de la nevada de estos días pasados, aunque por aquí no lo ha hecho con la misma intensidad que en la zona de Levante, donde continúan campos anegados por el agua.

Esta vez he cambiado de munición. Y no por capricho. No me quedaban cartuchos de los que uso habitualmente - Armusa Pla -1, 34 gramos de séptima y he echado mano de otros que compré hace tiempo para un ojeo, por cierto, en una armería que acaba de cerrar sus puertas en Valencia y que permanecía abierta desde 1890, me refiero a la armería Pablo Navarro. El cartucho en cuestión es Remington del 7, 32 gramos.

Es mucho menos pegón que el Pla-1 y eso cuando llevas una escopeta paralela se agradece doblemente porque el retroceso es mayor que cuando tiras con una semiautomática, que amortigua más el tiro.

Como casi todos los cazadores y tiradores, soy bastante supersticioso, así que no me gusta andar cambiando ni de cartucho ni de escopeta. Los hay que se apañan con cualquier cosa. Los cazadores estamos llenos de manías. Yo por lo menos. Y las manías nadie las cura.

Cuando he errado la primera perdiz de la mañana, ya estaba echándole la culpa al cartucho cuando realmente ha sido porque no he corrido la mano lo suficiente y he hecho el tiro trasero, que es lo que suele ocurrir la mayoría de las ocasiones. Pocas veces erramos por delante.

Tras cruzar un sembrado, he visto un bando de perdices. Me he acercado lo más rápido que he podido a él y he abatido 4 perdices. El cartucho empezaba a gustarme.

Sergio iba marcándonos la mano porque había otro grupo de cazadores en la finca y cada uno tiene asignadas unas zonas donde cazar, cuarteles, creo que les llaman.

Mientras me hacía el gesto con la mano para que subiera, Mauro me ha enviado una perdiz, tipo ojeo, que bajaba a una velocidad endiablada. La dejo pasar y hago nuevamente los tiros traseros. Esta vez por arriba.

Syra caza muy bien y coge muy bien el rastro, pero se alarga demasiado. Nos ha sacado de tiro varios bandos de perdices. Debe de cazar más a la mano. Poco a poco irá enterándose de que si las saca fuera de tiro, lo único que consigue es volarlas.

Me he acordado mucho de mi amigo Pepe Sala, que estos últimos días no nos ha podido acompañar ningún viaje. En breve va a someterse a una delicada operación quirúrgica y desde aquí le deseo lo mejor y una pronta recuperación.

A diferencia del último día, hoy hemos visto mucha caza. Y es que la caza es así de caprichosa. Los caminos están llenos de comida. No faltan bebederos ni comederos. Se nota el trabajo de los guardas. La finca está cuidada al máximo y eso se nota también en la calidad de las perdices.

He cogido varios lindes. La perdiz busca los linderos porque ahí se encuentra más protegida. Hay piedras y retamas donde guarecerse.

Poco a poco he ido cogiendo confianza con el cartucho y los aciertos se iban sucediendo unos tras otros hasta encadenar 8 perdices más, una de ala. Mauro se ha colgado otras 3, poniendo fin a una magnífica jornada de caza.