Pedro Sánchez ha anunciado su candidatura a la secretaria general del PSOE. Cuando dimitió de su cargo, dijo entre sollozos, que recorrería los pueblos de España con su coche para escuchar a los militantes.

Su periplo turístico por la geografía española se limitó a visitar Xirivella y Sevilla. Un recorrido muy corto, desde luego. Ahí acabó el tour del señor Sánchez. Antes se tomó una semana sabática para ir a EEUU, supongo que en este caso para perfeccionar su nivel de inglés.

El problema de Sánchez no es solo una cuestión de sordera congénita porque la militancia y la votancia, permítanme utilizar este vocablo que no tardará en recogerse en el diccionario, habló por dos veces consecutivas en las elecciones generales en las que el señor Sánchez fue candidato, cosechando los peores resultados electorales de la historia del PSOE, sino también una cuestión de dignidad política porque con semejante bagaje, lo mejor que puede hacer uno es dimitir y no seguir hundiendo el partido. Siempre ha antepuesto su interés personal a los del propio partido socialista y al de los ciudadanos.

Pero no sólo desde el punto de vista de los resultados electorales ha sido nefasto. También ha conseguido sumir al PSOE en una crisis profunda, que está empezando a remontar- es el único partido que sube en estimación de voto en la última encuesta del CIS-gracias a una persona como Javier Fernández, que se hizo cargo de la gestora y hoy es el líder mejor valorado de este país. Lástima que no dé un paso al frente y se presente como candidato. Creo que tendría muchos apoyos. El PSOE necesita una persona moderada y dialogante, como ha demostrado ser el propio Fernández, a pesar del sector crítico, que no ha dejado de poner palos en la rueda.

La decisión que tomó la gestora de abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy, la otra opción era ir a unas nuevas elecciones generales, opción que defendía Sánchez y su equipo es una demostración de lo que debe hacer un partido con sentido de Estado, que mira más por los intereses colectivos que particulares.

La abstención que algunos quisieron ver como un Sí incondicional a la política de Rajoy o un cheque en blanco- la triple alianza como calificó el propio Iglesias-, los hechos han demostrado que se puede hacer política cuando hay voluntad de diálogo y que con el PSOE en la oposición pueden aprobarse leyes, como la derogación de la LOMCE , la aprobación del SMI y otras iniciativas legislativas que van a presentar en el Congreso.

Su consigna del no es no, llevó a España a una situación de bloqueo institucional, que duró casi un año, y que ya estaba empezando a pasar factura en términos económicos.

Demostró una deslealtad absoluta hacia su partido, cuando quiso pactar con los independistas y con la izquierda radical para ser nombrado presidente a cualquier precio. Pasó de llamar populistas a Podemos y de rechazar cualquier tipo de pacto con Pablo Iglesias a lamentar, como reconoció durante una entrevista en un programa de televisión, no haber pactado con la formación morada, pese a las humillaciones que recibió del señor Iglesias y sus acólitos. Ése hubiera sido el final del PSOE.

El PSOE tiene que volver a recuperar el espacio de centro izquierda y el discurso moderado que siempre mantuvo para convertirse de nuevo en una alternativa de gobierno, que desbanque a la derecha. Y eso se consigue desde la unidad y no desde la división.