He leído con enorme preocupación las palabras que ha tenido Alberto Garzón para Leopoldo López, que continúa bajo arresto domiciliario, calificándolo nuevamente de "golpista".

No es la primera vez ni tampoco será la última que el señor Garzón aprovecha su cuenta de tuiter y las redes sociales para arremeter contra el líder opositor venezolano encarcelado, no por ser golpista- el juicio que le condenó a 13 años de cárcel se montó con pruebas y testimonios falsos, como reconoció el propio fiscal- sino por liderar una oposición democrática al régimen dictatorial chavista de Nicolás Maduro.

Y me preocupa que lo diga, especialmente, una persona como Alberto Garzón, que ocupa un escaño en el parlamento español porque la situación en Venezuela, aparte del drama humano que allí se vive, de falta de libertades y de continúa vulneración de los derechos humanos, debería haber tenido por parte de los grupos políticos, también de Podemos e IU, una condena unánime y de repulsa hacia un régimen, que ha llevado a un país próspero y rico como Venezuela a la ruina más total y absoluta y, sin embargo, escuchamos voces que todavía lo defienden y lo ensalzan, negando lo más evidente.

Me asombra la facilidad con la que algunos políticos se atreven a acatar sentencias y a defender regímenes, donde no existen garantías procesales para los detenidos, como es el caso de Leopoldo López y de otros tantos como él, que se encuentran en la cárcel por defender sus ideas de forma pacífica, es decir, por motivos estrictamente políticos, y sin embargo, cuestionan y ponen en tela de juicio, sin ningún tipo de ambages, la democracia española y su sistema judicial.