Tal día como hoy 15 de agosto, quien suscribe estas líneas, estaba cazando. No perdonaba ni un día. La noche antes no pegaba ojo, pensando en los torcaces que iba a matar. Luego, a lo mejor, no disparábamos un tiro, que era lo más frecuente, pero íbamos con esa ilusión, que todo cazador tiene antes de echarse al monte y que no se debe perder nunca.

No tenía pereza en despertarme a las 4 de la madrugada o la hora que fuera para coger el coche y recorrer varios centenares de kilómetros.

Por la carretera solía cruzarme con otros cazadores, que subían al igual que yo a La Mancha, con su remolques llenos de perros para cazar la codorniz.

No sé si es que me estoy haciendo mayor, pero he perdido esa ilusión que tenía antaño cuando sin necesidad de que sonara el despertador, ya me había levantando. Cuando se pierde ese gusanillo, mala cosa. Es la antesala para colgar la escopeta. Y yo, de momento, me resisto a hacerlo.

Para ir a la paloma hay que madrugar mucho o irte la víspera y dormir allí. Pero a mi amigo Ramón Ferrero y a mí, quien tiene mucha culpa de que haya perdido la afición porque ya no vamos a cazar juntos, no nos gustaba nada dormir fuera de casa.

Quedábamos en La Font de la Figuera, allí me recogía y nos íbamos juntos. Solo el viaje ya valía la pena.

Teníamos un magnífico coto de caza en Ossa de Montiel. "Peñadorada" se llama. O por decirlo corectamente, para que no me riña Baltasar, "Peña horadada". Pero los "Venera", que son quienes regentan el coto, siempre lo han llamado "Peñadorada". Y, sinceramente, a mí me gusta más así también. Suena mejor, incluso.

Digo teníamos porque hace tiempo que lo dejamos. Después he ido alguna vez, pero pocas. Allí he vivido mis mejores lances de caza. A la paloma, al pato, a la codorniz, al conejo, a la perdiz o al tordo.

Ramón decía que era el mejor coto de España y no le faltaba razón. Además, de ser muy completo, era muy cómodo de cazar. Nada abrupto y llano. Monte bajo con romero y carrascas. Paisaje manchego en estado puro.

Uno de mis sitios preferidos para poner la barraca o colocarme bajo una sabina era el barranco. Cuando el río, que transcurre sinuoso llevaba agua, las palomas no se hacían esperar.

Siempre me acompañaba mi perrita Sénia. Todavía sigue conmigo, pero ya no viene a cazar. Antes de ponernos al torcaz, aprovechábamos las primeras horas de luz para salir un rato a la codorniz. Si se daba bien la percha, continuaba de rastrojo en rastrojo y ya no me preocupaba de las palomas.

Soy bastante nervioso y no aguanto quieto en el puesto sin moverme y eso en la paloma torcaz es sagrado porque a la mínima te ven y ya no entran. Tiene que haber mucho movimiento de palomas para que yo aguante en el puesto. Los hay que permanecen inmóviles durante horas, aunque caiga un sol de justicia y no pase por allí ni una totovía.

Fran siempre lo tenía aquello listo. Las bebedoras llenas y comida esparcida por los caminos para cebarlos. Fran, el mediano de los Venera, continua preocupado y ocupado por la caza y por los cotos que gestiona junto a su hermano Isaac en Ossa de Montiel: La Carolina y la Sierrecilla.

Si ese año tenías la suerte porque el año había sido llovioso de que la laguna estuviera llena de agua era un auténtico paraíso cinegético por la cantidad de especies que allí se daban cita: Garzas reales, águilas, collverds, ..

Ramón y yo hacíamos muchos viajes antes de que se abriera la veda, solo por el gusto de ver el coto. Al aproximarnos a la orilla de la laguna, dábamos unas palmas y una nube de patos salía de aquel paraje natural y se perdía en el horizonte para más tarde regresar.

El grupo se deshizo, que es lo que suele pasar en estos casos y ahora cada uno anda por libre. Algunos ya no cogen la escopeta. Y a muchos, pues éramos 8, ya les he perdido la pista.