Entre la ministra de Trabajo Yolanda Díaz y el Papa Francisco existe una buena sintonía, seguramente porque ideológicamente están muy cerca el uno del otro.  No es la primera vez que la ministra Díaz viaja hasta el Vaticano para reunirse con el sumo Pontífice. Desconozco las creencias religiosas de la ministra ni las razones del viaje, seguramente sea para que obre un milagro en las elecciones gallegas donde Sumar tiene muy complicado obtener representación en el Parlamento gallego.

El Papa que aún no he pisado Jerusalén después del atentado terrorista de Hamas que costó la vida a más de un millar de personas, parece más interesado en las políticas sociales de la ministra, que en resolver los casos de pederastia dentro de la Iglesia católica que todavía se siguen silenciando y ocultando.

A mí como católico, aunque no practicante,  me preocupa mucho más saber cuándo la Iglesia va a colaborar con la justicia para esclarecer los abusos e indemnizar a las víctimas de los abusos sexuales o de cómo piensa modernizar una institución obsoleta que sigue anclada en el pasado, que su opinión sobre la ley de amnistía, la jornada laboral o el SMI.

El pasado mes de marzo se cumplieron diez años de su mandato al frente de la Santa Sede. Un Papa que ha desatado elogios sobre todo entre los más ateos que no han ocultado sus simpatías hacia el Papa Francisco.

Llegó al Vaticano con muchas ideas revolucionarias que al final se han traducido en un cúmulo de  buenas intenciones, pero en muy pocos cambios que ayuden a la iglesia a modernizarse, de acuerdo con los tiempos actuales. Nada se ha hecho nada sobre el celibato o la incorporación de la mujer en puestos eclesiásticos.