Se acercan las elecciones, y con ello, salir a la calle no significa otra cosa que ser arrollado por una infinidad de carteles de los diferentes partidos políticos. Como si Navidad no hubiese acabado en diciembre y las kilométricas vallas que anunciaban juguetes hubiesen tomado forma de figuras políticas. Como si la vía pública sirviese de pasarela para la propaganda. No puedo evitar sentir fascinación por el número de meses de preparación y marketing dedicados a confeccionar lemas, eslóganes, promesas encubiertas, combinaciones de colores y ensayos para conseguir la pose perfecta para la foto que decorará todas las ciudades durante dos semanas. En definitiva, la quincena previa a las elecciones toca hacer lo mismo que con los niños las primeras semanas del último mes del año: mantener la cabeza fría y no dejarse llevar por la publicidad.