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Bel

La carretera que vació un pueblo

Los casi cien vecinos tardaron tres años en finalizar el vial que les permitió buscar trabajo en otros municipios

Cardona posa junto al monumento conmemorativo. jordi maura

Enrique Cardona (Bel, 1938) fue uno de los abnegados vecinos que se esforzaron en mejorar las condiciones de vida de su población en los años 60. Hoy Bel es una pedanía que forma parte de Rossell. Antes vivían casi un centenar de vecinos. En la actualidad, algunos extranjeros dan vida a una población que se anima por el turismo rural y en verano, cuando mucha gente regresa a sus orígenes.

Una placa recuerda en la entrada de la población el esfuerzo de sus vecinos por construir y reclamar una carretera que, lejos de traer el progreso al pueblo, lo vació. Los residentes apostaron por una vida en la costa, donde radicaban las industrias, florecía el turismo y el desarrollo frente a la decadencia y deslocalización del mundo rural y de interior, donde las oportunidades iban a menos y las comodidades tardaban en llegar.

«Íbamos a Rossell o a la Sénia por caminos de animales a comprar lo que necesitábamos. Entonces dinero no teníamos pero producíamos muchos alimentos que interesaban a los de abajo, que no tenían. Bajábamos miel o patatas que cambiábamos por aceite o higos. Teníamos de todo, garbanzos o cebollas, no pasábamos hambre en el pueblo», rememora Cardona.

Pero las incomodidades del camino irritaban a sus usuarios, que reclamaron por escrito a la Diputación una carretera. «Hicieron números y vieron que les saldría más a cuenta hacer a esta gente un pueblo nuevo cerca de Valencia que no hacer la carretera. Yo estaba en el ayuntamiento con el alcalde y el pueblo nos dijo que querían seguir aquí y los vecinos comenzamos las obras de la carretera entre 1963 y 1965. Para ello se organizaron en grupos de 25 o 30 personas, un tercio de la población, «aunque a veces éramos 8 o 10 y poco a poco la gente se fue marchando porque ganaban más dinero en otros sitios y las condiciones eran duras».

Con sacrificio y jornadas interminables, finalmente acabaron la carretera. «Cuando ya estábamos en Rossell se nos hacía pesado subir la carretera hasta el pueblo para dormir y volver a bajar al día siguiente para abajo con viento y frío», recuerda. Enrique no tardó en comprarse una motocicleta. Una ISO que todavía conserva en la Sénia, donde vive.

La carretera fue una gran tentación de escape a otro tipo de vida. «Cuando estuvo hecha la carretera allí nos quedamos los ocho o diez que estábamos en el ayuntamiento, el resto se marchó a la vendimia o a trabajar en el Patrimonio, replantando el monte para el Estado o limpiando terrenos por Fredes, donde se ganaba más dinero», recuerda. «Venían camiones de Onda y cargábamos los matojos que se llevaban a los hornos de las industrias cerámicas de la Plana», añade Cardona.

Llegada a la meta

Llegar a Rossell supuso cruzar la meta. «No tenía sentido marchar de aquí porque este terreno y esta tierra es muy buena y fértil, aunque ahora ya casi no llueve», lamenta. Ahora la familia sube casi todos los fines de semana porque «en invierno se está muy bien cerca del fuego y en verano el pueblo es una gloria y duermes hasta tapado», sonríe. También recuerda cómo antes todo el término estaba sembrado y hoy está todo abandonado. Preguntado por regresar a los orígenes responde: «lo que teníamos que hacer ya lo hicimos».

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