Mucho se está hablando estos días del llamado «Experimento Stuka» que convirtió a un puñado de pueblos del interior de la provincia en el blanco de la aviación alemana. La Legión Cóndor, además de bombardear la ciudad vizcaína de Gernika, dejó caer su arsenal de muerte sobre Benassal, Albocàsser, Ares y Vilar de Cans, causando decenas de bajas y heridos entre la población civil. Cautivo y desarmado el Ejército de la República y alcanzado el objetivo de dividir la Zona Roja por el Maestrat, los pilotos del Führer, que desde al aire habían ayudado al éxito de esta campaña, ocuparon la Casa Bosch de Benicarló y el caserón de Cervera, junto al Molí de l´Oli. Y, desde estos enclaves, se desplazaron más tarde hasta el campo de aviación de la Sènia, que utilizaron como base de operaciones en la inminente y decisiva Batalla del Ebro.

Las hazañas bélicas de los nazis en la Guerra Civil quedaron inmortalizadas en el Guernica que pintó Picasso para el pabellón español de la Exposición Universal de París. En contraste, la devastación sobre las localidades del norte de Castelló cayó en el olvido, casi absoluto, sin que ningún artista la inmortalizase. A pesar de ello, en fecha reciente, se ha vuelto a reivindicar la atrocidad del «experimento», se realizan muestras fotográficas y hasta un documental. No obstante, los bombardeos de las potencias del Eje Berlín-Roma sobre nuestras comarcas sí que tuvieron un efecto colateral en la Historia del Arte.

La ciudad de Benicarló, como consecuencia de una de las acciones del Semolero, el avión de la Aviazione Legionaria italiana que mantenía atemorizada a la población a la hora de comer la ración diaria de sémola, sufrió numerosos desperfectos en varios edificios de su núcleo urbano. En concreto, una balconada de una casa del Camí Reial se vio seriamente dañada y se desplomó justo cuando circulaba por debajo el convoy que transportaba La carga de los mamelucos del pintor Francisco de Goya.

Los cuadros del Museo del Prado, que las autoridades republicanas trasladaron de Madrid a Valencia y que, en ese momento, evacuaban hasta la frontera, también causaron baja y los mamelucos egipcios a las órdenes de Bonaparte se vieron doblemente agredidos. De una parte, en el lienzo, los madrileños les clavaban sus facas; de otra parte, ciento treinta años después de la Guerra del Francés, el Semolero fascista abrió en canal la tela. De este modo, podemos afirmar que, a falta de un picasso, este goya destripado es la representación de nuestro guernica del Maestrat.