«Parece que han desalojado a una familia de una vivienda del barrio San Lorenzo», me comentan en la redacción, y allá que fui. Y allí me encontré a un padre abatido y a una madre apoyada en la pared mirando a su hijo de diez años en silla de ruedas. Mientras, su otro hijo juega y su hija aguarda en casa de una vecina. Al momento, dos hombres descargan una puerta, la entran como pueden en el ascensor, la suben y la cambian, sin más. Y sin más, esa familia se queda en la calle. Todavía no puedo comprender cómo uno de esos dos hombres reclamaba la llave con un tono prepotente y chulesco, sin pestañear, sin sentir lo que estaba pasando. «No te olvides la llave, tengo que tener la llave», decía. «Si me llaman, vengo y te dejo entrar a por las cosas», le dice a Ángel, el padre de las tres criaturas a las que todavía no había podido explicar lo que estaba pasando. Porque se quedaron en la calle así, sin más, y sin nada. No pudieron coger ni la mesa adaptada que tienen para que su hijo con discapacidad pueda mantenerse en pie unos minutos y aliviar las horas postrado en la silla de ruedas.

Y allí estábamos. Esperando a que alguien hiciera algo. Del ayuntamiento nos dicen que vienen de camino técnicas de Servicios Sociales. Y sí, vienen. A las 14.30 horas. Más preocupadas por la hora de comer que por atender a la familia. Son tres y una de ellas le dice a Herminia, la madre, que se vaya a casa de su suegra y que mañana les cuente lo que ha pasado. ¿Mañana? La palabra me retumba en la cabeza. ¿No han visto que están en la calle? ¿Y que se vaya a casa de su suegra? Sí, esa casa que ya tuvieron que dejar porque no cabían y tiene una escalera que complica el día a día del pequeño. «Lleva año y medio diciéndome lo mismo», lamenta Hermina. Y se van, no sin antes preguntarme si soy periodista y si les estoy grabando. Y se van, calculo que tres minutos después de haber llegado. Y seguimos esperando. Y al final es el propio concejal de Servicios Sociales, José Luis López, quien se persona en el lugar. Menos mal. Se acerca a la familia y les pregunta cómo están. Se interesa por saber dónde están los niños. Les mira a los ojos. Y ve que son personas. Les comunica que pasarán la noche en un hotel porque las viviendas puente que están libre no tienen ascensor, pero que ya están estudiando habilitar una planta baja. «¿Os llevo yo?», dice el concejal. «¿Y medicamentos? ¿Os hacen falta?» Qué alivio saber que todavía se puede gobernar y ser persona. Porque puede que la familia de Herminia y Ángel no hayan hecho bien ocupando una vivienda pero la falta de humanidad de algunos y algunas que trabajan para la administración pública, cuanto menos, avergüenza. Tratar así a la gente no es ilegal, pero da asco.