Dice Martín Pacheco que los columnistas somos un poco misántropos, y eso nos obliga a escribir siempre contra alguien. Ahí parece que cuadraría mi perfil antientrenador, antipresidente, antitodo, que me hago mirar de vez en cuando. De hecho comí el viernes con Sergi Escobar, y unos amigos comunes, y cada vez me cae mejor -nunca me cayó mal-, pero en la medida en que ha aceptado mis opiniones, el reconocimiento ya es biyectivo.

Escobar entendió la isostasia que la semana pasada argumentaba esta sección. Otros compañeros de mesa se rieron por el uso pedante del diccionario, pero él compartió con preocupación mi advertencia sobre la caducidad de ese falso equilibrio que se diluyó en la vergonzosa derrota de Badalona. A base de no perder, y sobre todo de un mal entendido albinegrismo, hemos acabado transigiendo ante la falta de identidad de la plantilla, y con ella una implicación cuestionable y una calidad que también queda por demostrar.

No sólo eso, pues sigue en entredicho la sustitución del entrenador para dar entrada a un recomendado sin experiencia, que se esperaba aprovechara la bonanza de un calendario que ahora, por contra, le va a emparejar con los mejores de la categoría pero ya con la ansiedad de quien ocupa posiciones de descenso por mérito propio. Guti no es que ya no puede ser la solución, es que ha pasado a ser parte del problema.

Parece más que arriesgado, irresponsable, fiarlo todo a esa reacción que ¿inocentemente? frenaba toda crítica, y que ahora parece más utópica ante la ausencia de argumentos tangibles, porque ni siquiera se antoja suficiente la llegada de refuerzos en enero mientras lo primero pase por un técnico pusilánime y lo segundo por un director deportivo que cuenta por errores sus decisiones.

Pero dejarlo todo ahí, guillotinar un par de cabezas más, parece demasiado fácil y no acabaría de justificar el titular de esta perorata. Vuelvo a apelar por ello al admirado opinador del principio, quien recuerda la definición persuasiva como enemigo de todo razonamiento. Colige Pacheco que si definimos el aborto (interrupción voluntaria del embarazo) como el asesinato de niños inocentes, ya cerramos todo debate, porque se cuela como premisa lo que deviene una conclusión, y de parte. Viene el ejemplo a colación por la manía -no sé si patrocinada- de pretendidos influencers locales en anatemizar a quienes dudamos de José Miguel Garrido, que a fin de cuentas es el dueño y el responsable último, con el peso del recuerdo del pago de la deuda con Hacienda. Como si aquello nos vaya a salvar ahora del descenso deportivo si no pone remedio. Como si en el fútbol o en cualquier otro trabajo alguien pudiera vivir de las rentas.

Claro que Garrido arriesga su dinero y no quiere equivocarse, pero lo ha hecho, y mucho, y alguien tiene que decírselo. Ya está bien de sobar y alabar a quien quiere hacer negocio con el Castellón y ni ha demostrado la procedencia de su inversión ni ha hecho nada por perseguir a los delincuentes que estuvieron a punto de matar nuestra historia y nuestros sentimientos, en perversa absolución que nunca justificará el pacto privado para la compra-venta de acciones de las que se beneficia.

Ese papel tampoco lo han ejercitado los Montesinos, Dealbert y Hernández, en tanto que sus socios, o Bruixola, como profesional de la gestión, por lo que no me cabe duda que también han marrado. Y si eso fuera la demostración de que no pintan nada, podrían haberse ido antes, incluso como salvadores o héroes del ascenso, títulos que ya infieren concesión, pero por orgullo debieron dimitir.

Supongo que cuando en el corolario no se salva nadie se viene a demostrar que estoy enfermo, de misantropía y de albinegrismo, porque todo me parece insuficiente cuando del Castellón se trata.

Óbito.