Jorge Aparisi cuenta que son los niños los que en muchos casos le advierten de la existencia de un perro abandonado en la calle. «Estos animales suelen buscar en los pequeños el cariño y la compañía que los adultos les niegan», relata.

Este joven de Sellent, de apenas 24 años, cuida en el refugio que él mismo ha construido de trece canes, aunque calcula que en los últimos cinco años habrán pasado alrededor de 70 por estas improvisadas instalaciones situadas en un pequeño huerto propiedad de su abuela Bienvenida. De ahí el cariñoso -y apropiado- nombre con el que ha bautizado este trozo de tierra: Villabienve.

Cada perro tiene una historia, dura en la mayoría de los casos. «Ese blanco y negro de ahí -señala- lo rescaté en un piso en el que había sido abandonado. Su dueña quiso cambiar de aires y se fue a Galicia dejando al animal sólo en el interior de la vivienda. Me avisaron, salté y lo traje aquí», relata Jorge con la tranquilidad de quien ha sido testigo de casos peores.

Para Jorge rescatar animales es tan normal como lavarse los dientes. «Mi madre lo ha hecho siempre y dicen que mi abuelo también era muy animalista», rememora el joven ribereño. Cuando un vecino encuentra un gato, un perro e incluso un pato abandonado acaba en casa de Jorge. Saben que allí no le cerrarán la puerta. Los perros que actualmente acoge en el refugio de Villabienve están en la mayoría de los casos en adopción. «Colgamos sus fotos, describimos su carácter por si alguien se presta a acogerlo», apunta.

Para sufragar los costes del mantenimiento diario de las instalaciones y el alimento que reciben los canes Jorge percibe alguna donación «que puede ser de un euro o de cien, según», relata. A veces los bares le guardan la comida sobrante o los grupos de ayuda le dan pienso, aunque admite que la mayoría de fondos provienen de su propio bolsillo y especialmente del de su madre. «El 60 % de la comida la compro gracias a las aportaciones familiares».