Los trabajos de estudio y restauración realizados en el Castell de Alaquàs entre los años 2005 y 2007 prácticamente cerraron la puerta a la existencia de un artesonado «perdido» en la primera de las salas nobles. Un asunto que, a través de una legenda urbana (rezaba que la pieza la había regalado la familia Lassala, anterior propietaria, al dictador Franco), se había convertido en uno de los misterios en torno a este palacio renacentista. No obstante, la publicación en 2013 de una tesis doctoral que apunta a que el dueño del inmueble pudo haber ventido un artesonado en 1918 al noble que edificó el palacio del Canto del Pico, en Torrelodones, (que años después acabó siendo propiedad de los Franco) ha hecho que el consistorio siga esta pista.

Los artesonados del Castell de Alaquàs son, junto con los pavimentos cerámicos, los elementos de mayor valor. Ambos constituyen un «unicum», como estableció en 2006 el director del Museu de la Ceràmica, Jaume Coll.

Los más ricos se sitúan en las salas nobles (en cinco de las seis que existen) aunque hay uno más sencillo en el recibidor de entrada y el claustro. Los que recubrían el techo de la galería del sobreclaustro se perdieron. Estudios recientes de investigadores como Pau Sarrió y Mercedes Gómez Ferrer para «Quaderns d’Investigació d’Alaquàs» apuntan al taller de Gregori en la autoría. El equipo de profesionales que los estudió entre 2006 y 2007 siempre ha destacado, no solo el valor de las piezas y el trabajo, sino el «lenguaje geométrico y de las proporciones» que tienen.

Siempre ha llamado la atención que la primera de las seis salas nobles careciera de artesonado cuando los situados en las otras cinco son tan ricos. Por ello, durante la restauración, se realizaron catas especiales en el techo.

Según la arqueóloga Paloma Berrocal, que dirigió las excavaciones con su marido Víctor Algarra, en la sala se hallaron los soportes de antiguos tapices, como en otras dependencias, pero «no quedaron evidencias de un artesonado». «Desde el punto de vista científico no podemos afirmar que lo hubo pero ¿eso significa que no existió?. No, significa que no podemos afirmarlo», matiza.

Por su parte, el arquitecto que lideró el grupo y fue responsable del plan director y de restauración del Castell, Vicent García, indica que en las prospecciones con la experta responsable de intervenir en los artesonados, Liliana Palaia, «no se encontraron los agujeros para el encofrado en los muros». Por ello, «se zanjó el tema porque todo apunta a que allí no hubo artesonado pero podríamos decirlo con mayor seguridad si hubiéramos levantado todo el techo».

Aunque resulta «extraño» que no se colocara en la primera sala, García explica que «toda la banda de sudeste del Castell quedó inacabada». No obstante, el experto indica que «en el monumento aún hay muchos misterios» y siempre «es bueno seguir nuevas pistas». Por ello, es partidario de que realizar una visita al palacio del Canto del Pico, un inmueble consruido con «un refrito» de elementos como el claustro de Simat de la Valldigna. «Si existe, no esperemos encontrar el artesonado en su dimensión inicial porque, en esa época, se adaptaban las piezas a los nuevos espacios, cortando por lo sano. Habrá que buscarlo siguiendo el lenguaje con el que fue construido», valora.

Siete grandes bigas recubren el techo y los casetones están colocados en el espacio entre ellas.

Casetones romboidales con molduras cóncavas y convexas y un denticulado en la parte central.

Este artesonado es el más espectacular por la superficie que cubre y porque cada pieza tiene una profundidad de más de un metro.

Este modelo está en la tercera sala y es uno de los más complejos, con hexágonos que forman triçangulos en los extremos.

Con características similares al anterior en cuanto a su disposición, este modelo de casetones es mucho más sencillo.