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Emergencias internacionales

Medicina de guerra

Tres médicos del SAMU y voluntarios en distintas ONG explican su experiencia en misiones humanitarias

Medicina de guerra Fotos de daniel tortajada

Son los primeros en llegar a una emergencia. Ese es su trabajo, aunque no esté reconocido como especialidad pura y dura. Son médicos de urgencias y trabajan en el SAMU. Sin embargo, no contentos con el estrés diario de dar el cien por cient con cada paciente, en situaciones críticas, cuando el tiempo es oro y los nervios están a flor de piel, cambian turnos para poder disponer de días libres, agotan vacaciones, piden favores, dejan contratos por los que otros matarían y emplean el tiempo que no tienen para viajar a lugares inhóspitos, donde nadie querría estar. Y lo hacen para seguir trabajando. Con el mismo estrés, con la misma urgencia, pero sin medios.

Si en el SAMU experimentan la esencia de la medicina, en las misiones de emergencia internacional se superan a diario. No queda alternativa. La atención, la calidad del servicio, es para ellos exactamente la misma. Ese es su trabajo y lo hacen lo mejor posible. Les paguen por ello o les cueste dinero de su bolsillo. Xavier Ruiz (Alicante) y Leticia Cabo (Valencia) tienen un perfil similar. Médicos de urgencia jóvenes, «novatos» en la ayuda internacional. Así se definen ellos mismos, pero a sus 34 y 33 años, respectivamente, ya han visitado diversos países en misiones humanitarias. Sus esfuerzos se centran ahora en la mayor crisis humanitaria de Europa desde la II Guerra Mundial. Leticia va y viene constantemente de Grecia con la ONG con la que colabora (ProActiva). Xavier está esperando el visado para viajar a Irak con Médicos sin Fronteras (MSF).

No se creen ni mejor ni peor que nadie. Trabajar en emergencias del SAMU les obliga a conseguir el mejor resultado posible con los medios que caben en un vehículo, y aseguran que sus pacientes (y los familiares) son los más «agradecidos». Todo ello se multiplica con creces en países «donde realmente no hay nada, donde sientes una gran frustación porque ves soluciones y te falta instrumental». A Xavier le cambia el gesto. Aún recuerda la primera vez que falleció un niño en sus brazos. Fue en Nicaragua. «No teníamos un respirador. ¡Fíjate! Por eso murió. Lo tengo muy presente», afirma.

Afronta, por primera vez, la misión en un país como Irak. Asegura que no tiene miedo, pero sí «respeto».

«Es una misión que afronto con mucho respeto. He recibido formación e información de Médicos Sin Fronteras sobre el terreno en el que voy a trabajar y pienso que se cumplen las garantías de seguridad para aceptar la misión. Tendré que seguir unas normas de seguridad estrictas por mi bien, el de mi equipo y el del proyecto, y soy consciente de que va a ser duro trabajar en esas condiciones. Aún así, el sentimiento que predomina antes de la partida es el de motivación por dar lo mejor de mí y hacer un buen trabajo a lo largo de estos seis meses», afirma Xavier.

Ahora bien, hay una reivindicación de MSF que el joven hace suya. No quiere dejar pasar la oportunidad. «Los ataques a hospitales son continuos. Ni eso se respeta ya. Es muy grave que haya bombardeos, ataques, a centros sanitarios. Desde 2015 han sido bombardeados hospitales gestionados o apoyados por MSF en Yemen, Afganistán, Sudán y Ucrania. Es inadmisible y atenta contra las normas más elementales de derecho humanitario internacional que médicos y pacientes seamos objetivos militares, todo ello bajo el manto de la más absoluta impunidad», explica. Lo recalca durante toda la entrevista. Ese es el mensaje que quiere trasladar. Su experiencia como profesional, también, pero su caso no es único. No es un héroe. Para él los auténticos héroes son otros, personas anónimas que lo han perdido todo y a las que él intenta ayudar.

A caballo entre dos mundos

Leticia Cabo vive a caballo entre las miradas de angustia de los refugiados en Grecia, y la pasividad europea ante lo que allí ocurre. No se acostumbra. El tiempo que pasa en Valencia, atendiendo las urgencias del SAMU, lo vive pensando cómo no existe ni un solo punto en las agendas políticas sobre la crisis de los refugiados. El acuerdo con Turquía le revuelve las entrañas. Ella también quiere lanzar un mensaje, en esta ocasión, a la ciudadanía. «Si nuestros políticos miran hacia otro lado, la sociedad no debe hacerlo. Hay que establecer mecanismos de presión civil. Exigirles una política de acción. Europa lanza un mensaje de miedo y me encantaría que la gente viera pueblos de griegos con sus casas abiertas de par en par acogiendo refugiados. Y ni un atisbo de xenofobia», recalca. Trabaja al 300%. Aquí y allí. Va y viene cada 15 días, más o menos, en función de los turnos. «Mis compañeros hacen conmigo labores solidarias. Es su manera de ayudar a los refugiados», afirma entre risas. Para ella, ayudar en Grecia se ha convertido «en algo personal».

Tanto Xavier como Leticia lamentan el sufrimiento de sus familias. No tienen hijos, pero si padres. Y pareja y suegros. Sin embargo, son dos ejemplos de los miles de voluntarios que sacrifican sus carreras profesionales, sus relaciones personales y su salud para conseguir que los que peor viven en el mundo tengan, al menos, atención sanitaria. Que menos.

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