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Cómo se gobierna la comunidad musulmana

Imanes en el punto de mira

Ninguna institución nombra imanes aunque desde la Federación Española de Entidades Religiosas realizan cursos para «acreditar» esta figura

El imán no es un cura. Se entiende así, como un equivalente a la figura del sacerdote o del rabino, pero nada más lejos de la realidad. Sin embargo, así es como se traduce en el mundo occidental cuando la realidad es que el imán no es un cargo, sino una función. Cuando se dice que alguien es un imán se le está dando un trato de respeto, sin más implicaciones ni poderes fácticos. Alguien debe dirigir el rezo y ese es el imán. Por eso, todo musulmán es imán o puede serlo en un momento determinado. Y cuando sea elegido, con mayor continuidad o de forma puntual, será porque goza del respeto de los presentes, porque se le considera el que cuenta con más saber o con más autoridad moral. Si la persona en cuestión realiza con relativa frecuencia la dirección y sincronización de la oración (el Salât) se convierte en el imán de la mezquita, sin que ello implique derechos exclusivos. El musulmán, además, no puede ofrecerse como imán. No se presenta ni se postula. Debe ser elegido por aquellos a quienes guiará en el rezo, ya sean dos o cien personas.

Esta es la primera aclaración del colectivo musulmán cuando la palabra imán copa los titulares informativos, principalmente, por detenciones realizadas contra el terrorismo yihadista. La segunda aclaración viene después y se centra en una batalla en la que están trabajando varios colectivos musulmanes: la de conseguir que las mezquitas cuenten con imanes profesionales o acreditados.

«Un imán es una persona que dirige la oración. Es elegido por la comunidad por su buena conducta, su formación y su oratoria. Lo ideal es que cada mezquita cuente con un imán acreditado, que debe recibir un sueldo y ser una persona ejemplar pero la realidad es que la gran mayoría de mezquitas funciona con imanes voluntarios que conducen el rezo», explica el presidente de la Unión de la Comunidad Musulmana en València, Ihab Fahmi. Es más, desde la entidad calculan que de las cerca de 200 mezquitas que hay en la Comunidad Valenciana apenas una decena cuenta con un imán «profesional».

«En la Mezquita de València -no confundir con la Gran Mezquita de València- sí tenemos un imán profesional gracias a un convenio con la universidad de Egipto que es quien le paga el salario. Pero eso acabará dentro de un año y medio y nosotros no podremos pagar un imán acreditado», explica Fahmi, quien afirma que la ola de islamofóbia y xenofobia tras los atentados de Barcelona ya han comenzado con «pintadas, insultos y agresiones a la comunidad musulmana que nada tiene que ver con el terrorismo yihadista».

Cursos y formación

De la misma opinión es el presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, Mounir Ben Jeloun Andalucí, que sin embargo, lleva desde 2007 realizando cursos y formando imanes tras detectar «un vacío» en el sector ya que la mayoría de imanes acreditados llegan a España desde otros lugares. «El Islam en España debe estar gestionado por los musulmanes españoles. Ese es nuestro objetivo porque cuando uno reside en un país debe adaptarse a su cultura y a sus leyes. Ese es el error que está cometiendo el Gobierno y ya lo hemos dicho varias veces. No tenemos imanes acreditados ni formados, el ministerio carece de registro alguno de imanes y cada mezquita es soberana de elegir quien les guía en el rezo pero, claro, un imán de Marruecos, Egipto o Arabia Saudí debe ajustar su discurso porque puede que no sea adecuado o legal en España», explica Mounir Ben Jeloun.

Ahora bien, sobre posibles discursos yihadistas o radicales en las mezquitas, tanto el presidente de la Unión de la Comunidad Musulmana en València como el de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas afirman que es «un imposible porque son mensajes contradictorios al Islam y generarían una reacción en los fieles». Otra es, sin embargo, aquellos imanes voluntarios y sin formación alguna que guían el rezo una o varias veces en garajes, viviendas o locales, sin supervisión alguna y a puerta cerrada.

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