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Necrológica

Enrique Llobell Palanca: Un hombre comprometido

El doctor Llobell, que fue jefe del servicio de Cirugía Maxilofacial en La Fe, revolucionó su campo médico

Enrique Llobell Palanca: Un hombre comprometido clínica llobell

La ausencia es a veces más clara que la presencia. Cuando alguien se aleja de la vida, su recuerdo se nos muestra más latente y miramos el cielo; ese cielo lluvioso del sábado en el que nos dejó Enrique Llobell Palanca. Ese cielo que no llueve y nos perdemos en su infinito como se nos pierde la muerte.

Enrique fue un hombre comprometido con su tiempo y su gran vocación: la cirugía oral y maxilofacial; aplicó su sentido revolucionario a innovar esta cirugía y en 1985 presentó en el centenario de Memorial Sloam Kettering Cancer Center de Nueva York su investigada técnica sobre reconstrucción del cáncer avanzado de cara y cuello. Una técnica en la actualidad internacionalmente reconocida que permitió la extirpación y reconstrucción en el mismo acto de grandes tumores maxilofaciales. Pacientes desahuciados, operados por él en los años 80 pudieron salvarse.

Detrás de un amplio currículum existen muchas horas de trabajo y esfuerzo, de inquietudes y desvelos. Activista de la vanguardia, el doctor Llobell, trajo a nuestro país el primer ortopantomógrafo en 1968. Desarrolló también técnicas quirúrgicas como la «osteotomía intraoral arqueada por progenie». Sus brillantes conocimientos los plasmó en múltiples trabajos publicados en revistas especializadas y congresos de Traumatología, Ortodoncia, Cirugía Maxilofacial y Radiología Dentomaxilofacial.

Entre sus muchos reconocimientos a lo largo de su vida, fue quizá uno el que más le complació: el premio Santa Apolonia 2013, que entrega el Consejo General de Odontólogos y Estomatólogos de España, concedido a la mejor trayectoria profesional.

Destinó sus conocimientos en Hospital La Fe desde su creación hasta su jubilación en 1995, como jefe del Servicio de Cirugía Maxilofacial.

A cada uno de sus pacientes lo hacía sentirse único por su trato educado, no carente de humor y su intensa dedicación.

Recuerdo la primera vez que fui a su clínica en Marqués de Sotelo; debió notar mi nerviosismo y el típico miedo? Tengo la imagen clavada de la estética de aquella clínica que reflejaba la pulcritud de su persona. Amante de la música clásica y de la ópera, quizá para aplacar mis temores puso Norma, cantada por La Callas, sensible como estaba, las lágrimas se escaparon y corrieron por mis mejillas. «¿Tanto te duele?» preguntó y yo con la boca abierta negué con la cabeza.

Era normal verle a él y a su mujer Monsín Lleó en el Palau de la Música o en El Reina Sofía. Siempre juntos... Les gustaba viajar y lo hacían a conciencia observando el mundo y sus maravillas y también sus penurias. Siempre juntos formaban parte del paisaje de Botánico Cabanilles.

Enrique fue un hombre comprometido con la vida, con todo lo que suponía estudio, investigación y progreso.

Formó parte del Partido Demócrata Liberal del País Valencià, el partido de aquellos liberales que, con él, se han ido todos? Se fue Garrigues y Ximo Muñoz Peirats, se fue Paco Burguera y Salvador Castellano. En la primeras elecciones de 1977 se empleó a fondo, como con todo lo que hacía. Le recuerdo en la entrada de un mitin que él daba en uno de nuestros pueblos, levantando el brazo con la señal de la victoria, recorriendo el pasillo hacia el estrado. Hasta en eso estaba al día. Nos trasladó a Norteamérica. Estaba comprometido con su ciudad a la que amaba y con su Comunidad.

Tenía un amplio y profundo criterio, pero escuchaba y admitía las opiniones ajenas y si le convencían, no dudaba en dar la razón. Le dolía la corrupción y decía: «No nos merecemos estos políticos inconsecuentes». Para él ser consecuente con uno mismo y con sus ideas era esencial, como era importante la libertad, la igualdad de oportunidades, valorar el esfuerzo y el trabajo y hacía hincapié en la investigación.

Todos los días, incluso cuando ya no veía, pedía que le leyeran todos los periódicos. Tenía preferencia por algunos artículos de opinión, entre ellos los de Andrés García Reche con quien competía al dominó. En Playetes, a la sombra de un árbol, desafiaba a su hijo Juan con crucigramas. Tenía una extraordinaria memoria. A los nietos les divertía jugar al Trivial con él, era un contrincante peligroso.

Le gustaba leer y tenía preferencia por los clásicos. Se sabía de memoria Las coplas de Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar?» Para él, como dijo Malinowsky, la cultura es un todo integrado.

Al rito del adiós fueron pasando toda clase de personas, de sociedades y edades. Sus hijos Enrique, Juan, Andrés, José Luis, Miriam y sus nietos atendían a los amigos con el especial cariño que sus padres les habían legado.

Pensé en Monsín y Enrique; recordé un poema de Gerardo Diego; «Dos barcos en la mar, ciegas las velas/ ¿Se besarán mañana sus estelas?»

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