Ismail es el claro ejemplo del limbo al que tantos jóvenes migrantes se ven abocados al cumplir los 18 años. Llegó a València hace cinco meses, después de llegar a Motril colgado de las cuerdas de un barco.

Deambuló por las calles del cap i casal durante unos días hasta que un par de agentes policiales se fijaron en él. Fue entonces cuando, el 30 de mayo, Ismail entró en el centro de menores de Buñol en régimen de «Guarda Provisional» de la Generalitat. Allí encontró un techo bajo el que dormir y recibió clases de castellano durante cinco meses, lo suficiente para entender algunas frases sueltas durante una conversación pero no para enunciar cuatro palabras seguidas.

Los nueve meses que fija la normativa para la tramitación de su documentación (tarjeta sanitaria, pasaporte) no permitió que, tras cumplir la mayoría de edad el pasado miércoles, saliese del centro de menores con un permiso de residencia. Ante este alto grado de vulnerabilidad, la comunidad musulmana se ofreció para dar cobijo a Ismail en el tiempo que encontraban algo mejor para él. Sin embargo, cuando el joven se acercó a la dirección que le facilitaron, nadie respondió. Esa noche la pasó durmiendo en un banco del barrio de Orriols. «Tenía miedo de venir aquí y vivir en la calle... Al final es lo que me ha pasado. Llegué a España pensando que podría mejorar mi vida, pero ahora me veo solo, sin ninguna ayuda...» lamenta Ismail, que deja a medias su relato, cortado por los sollozos.

La «fortuna» quiso que otros jóvenes en la misma situación que él le encontrasen y le diesen cobijo en su casa. Un piso okupa en el que conviven más de 20 personas de las que al menos cinco son adolescentes que salieron de un centro de menores en las mismas condiciones que Ismail. Han hecho piña en una situación extrema, en un piso casi en ruinas, en el que duermen entre tres y cuatro personas en un mismo colchón, donde las botellas repletas de orín se acumulan por los pasillos porque no disponen ni de luz ni de agua corriente. Pero ahora mismo no les han dejado otra opción.

El viernes, su única comida fue un vaso de zumo y un sándwich que le ofrecieron en València és Refugi, la ONG que encontró a Ismail. «Pasamos días sin comer y a veces tenemos que robar algo de alimento en grandes superficies», explica Joussef, el marroquí que acogió en su casa a Ismail. Este grupo de jóvenes reclama a las administraciones una ayuda que les permita mejorar la situación en la que quedan una vez abandonan el centro.