Hombre mayor, con barba, desaliñado, durmiendo en un banco con una gabardina sucia y una botella de vino en la mano. Para el imaginario colectivo esa es la estampa de un alcohólico, de un borracho, de una persona que no puede dejar el alcohol. Que no puede vivir sin él. Nada más lejos de la realidad.

«El alcohol es una enfermedad que no mira ni la edad, ni el sexo, ni la clase social. Unos beben whisky y otros cerveza. Unos beben a diario y otros solo los fines de semana. Unos son ricos y otros pobres. Unos tienen estudios y una buena posición social y otros. Unos son jóvenes y otros mayores. Unos hombres, otros mujeres. Lo único que nos une a todos es la dependencia del alcohol».

El presidente de la asociación Alcohólicos Rehabilitados del Mediterráneo (Arme), Pedro García, empieza de esta manera a desmontar los mitos que rodean a una enfermedad «que no tiene cura como drogodependencia que es pero que, con tratamiento específico, se puede paralizar».

Hoy se celebra a nivel mundial «Un día sin alcohol», una iniciativa que pretende visibilizar e informar sobre «las consecuencias que produce la ingesta abusiva tanto en la propia salud como a nivel familiar, laboral, social, sin olvidar la violencia de género.

La sustancia está al alcance de todos y los datos son desoladores», explican desde Arme. Y es que la Comunitat Valenciana es una de las regiones que lideran el consumo de alcohol sobre todo en los jóvenes, «y eso es preocupante».

Pedro García lo tiene claro y afirma que lo que hace «aún más peligroso al alcohol» es su «aceptación social». «En esta sociedad está bien visto beber. De hecho, lo que está mal visto es no beber. Y esto funciona así. A medida que bebes más tienes más tolerancia hasta que se llegas a la dependencia», explica.

Y pone el foco en una Administración «permisiva ante el consumo de alcohol». Y para plasmarlo, García hace una comparativa con la «guerra al tabaco» que ha supuesto un antes y un después con una normativa y un cumplimiento, que va a más.

«Si cualquier persona entra en un bar y se enciende un cigarro, la Policía llegará de inmediato para multarla por incumplir la ley. Contra el tabaco la guerra es clara. Administración y fuerzas de seguridad del Estado van a una. Pero con el alcohol es otra cosa. Los jóvenes tienen espacios habilitados o donde les permiten beber. Mientras no hagan ruido y no monten jaleos, no hay problema. Pero recuerdo que en la Comunitat Valenciana no se puede beber en la calle desde 1996. No se puede beber en la calle, repito. Pero ningún policía multará a nadie por hacerlo. Está aceptado, está normalizado. Por eso necesitamos que se aplique la ley, que se informe y se forme sobre los riesgos del alcohol, porque son muchos. A nivel de patrologías está desde la caída del pelo hasta la gangrena del pie. Pero en los paquetes de tabaco sí se dan mensajes claros. En las botellas de alcohol, el mensaje es 'bebe con moderación', pero lo primero que te dicen es: 'bebe'. Y ahí no hay ninguna imagen de un hígado reseco».

Ahora bien García asegura que hay vida después de ser un alcohólico, y es la vida, precisamente, de un «exalcohólico». «El apoyo familiar es imprescindible y el familiar también precisa de su propia rehabilitación. Si el trabajo es en grupo (familiares, médico y terapias) la enfermedad se puede paralizar. Luego hay que trabajar la reparación en todas las 'facturas' que causa el alcoholismo, que no son pocas. Hay futuro, hay esperanza y nuestras socios son el ejemplo», concluye.