Ayer, 13 de marzo, se cumplían dos años del episodio de lluvias torrenciales que afectó al área metropolitana de Alicante. En algunos barrios de la capital alicantina se acumularon más de 140 l/m2 en menos de 24 horas, mientras que en el observatorio del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante y en la urbanización de Los Girasoles (Sant Vicent del Raspeig), se alcanzaron los 200 l/m2, por lo que estamos ante el tercer mayor acumulado de precipitación horaria (al menos en el período comprendido entre 1945-2018) en dicha zona tras las grandes riadas de octubre de 1982 y septiembre de 1997. Un episodio poco habitual por las fechas, pero no desconocido en el litoral mediterráneo; por ejemplo en Torrevieja cayeron en muy pocas horas unos 130 l/m2 durante en 20 de marzo de 2012.

Las lluvias torrenciales no son exclusivas del otoño en el litoral mediterráneo, y según las proyecciones climáticas, estos episodios podrían aumentar fuera del período tardoestival. Y seguimos sin estar preparados. Aquel 13 de marzo los colectores del Plan Antirriadas de 1997 de Alicante salvaron a la ciudad de un gran desastre, se produjeron algunos problemas, sí, pero poco para lo que podría haber sido. Al igual que en los eventos de precipitaciones intensas del pasado otoño, hubo una importante descoordinación entre Administración, servicio meteorológico y ciudadanía. Bomberos que no pueden salir por estar la calle inundada, un alcalde diciendo que sólo había un aviso por viento (cuando no era así), unos avisos por lluvia que no pasaron de amarillo cuando se superaron los umbrales del naranja e incluso del rojo (para la población, los avisos de AEMET sólo son colores, pero casi nadie sabe decir qué significa cada uno de ellos). A pesar de tener una Protección Civil o un servicio meteorológico del que podemos presumir y de haber mejorado en muchos aspectos en lo que respecta a la gestión de los riesgos, aún queda mucho por hacer. Y todos debemos aportar nuestro granito de arena para evitar repetir los errores del pasado.