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Aquarius, del infierno a la vida

Solicitantes de protección internacional que desembarcaron en València el año pasado cuentan con ilusión los objetivos que les acompañan en su nueva etapa - La formación y el trabajo se colocan ahora entre las principales prioridades de las personas que dejaron atrás Libia

Aquarius, del infierno a la vida

El infierno de Libia quedó atrás. Las historias rodeadas de muertes y violaciones firmaron su final para ellos hace ahora un año, cuando los traficantes del país embarcaron a cientos de personas en un recorrido que pasaría a tener dos misiones de tremenda magnitud. La primera de ellas, la de poner a salvo a quienes se subieron a una patera aún conociendo de cerca el desenlace de algunos caminos que arrancan en estas y otras costas. La segunda obligaría a hablar de políticas migratorias y despertaría la solidaridad de los más ocupados; pondría un enorme foco en la problemática, como ya había hecho Aylan un tiempo atrás. Del infierno se pasa a la vida, donde ya hace un año que se encuentran los 630 desembarcados por el Aquarius. Algunos de ellos la disfrutan en Alicante y con la mirada puesta, con ilusión, en distintos proyectos: formación, familia y trabajo.

Más de 600 periodistas esperaban en el puerto de València la mañana que Gyau Bright, Favour Vincent y Raymond Vincent pisaron tierra firme después de varios días en barco -los tres habían tratado de salir de Libia en una barcaza, habían sido rescatados y luego rechazados por Malta e Italia-. Tras la acogida, cogieron rumbos distintos.

Bright tenía entonces diecisiete años, así que, al llegar solo, su recorrido fue como el del resto de menores no acompañados. Este ghanés, después de unas horas en València, se instaló junto a otros chicos en un centro de Alicante y poco después fue trasladado a Altea. «No sé si me gusta Altea porque no la conocí muy bien. Por las tardes tenía dos horas libres y las usaba para salir a hablar con la gente. No puedes quedarte en casa, tienes que practicar el español», cuenta el joven.

Los paseos por el municipio le sirvieron mucho. También, y en mayor medida, las clases de español que recibe en Cruz Roja, donde su itinerario está centrado en el aprendizaje del idioma. Habla sonriente, con un control fluido de las palabras -en algunas ocasiones pide rescate al inglés- y abandona el nerviosismo después de dejar atrás la pregunta sobre su pasado: «En Libia siempre hay muerte; en España estoy muy bien».

«Tras solicitar protección internacional y cumplir la mayoría de edad fue derivado a uno de nuestros centros de acogida», cuenta Ana López, educadora social de Cruz Roja en Alicante.

El joven tiene muy claro lo que quiere hacer ahora. En su país de origen era pintor y quiere conocer cómo se trabaja el oficio aquí para poder encontrar trabajo. «En España es diferente pero no creo que tenga problemas para aprender», apunta.

Mientras tanto no deja de caminar horas y horas por Alicante cuando no está en la biblioteca haciendo los deberes de las clases de español. «Bajo siempre al Postiguet pasando por la plaza de Toros. Tengo la tarjeta del autobús pero no la uso casi, siempre voy andando», señala Bright.

Muchos de sus paseos acaban en la orilla pero nunca a remojo: «no me baño porque no sé nadar». Y a sus dieciocho, la vida nocturna también le seduce; le gusta la fiesta de Alicante pese a parecerle extraño algún que otro detalle. «Es muy raro, en las discotecas hay algunos que bailan solos, en Ghana siempre bailamos chicos y chicas juntos», explica el ghanés.

Por otro lado, Favour y Raymond cuentan que se conocieron en Nigeria y que desde entonces son pareja. Aseguran que los cambios les han traído mucha felicidad, incluido el más importante de todos: en marzo tuvieron a su primer hijo en una habitación del Hospital General de Alicante.

Estuvieron en València tras el desembarco hasta que les trasladaron en diciembre. Allí, en su primer destino, tuvieron un embajador que les marcaría con especial fuerza: «Estaba ahí para todo. Era perfecto para quedar con él, echarnos una mano y hablar. Nos hizo divertirnos mucho. Nos hizo sentir en casa», explica Raymond sobre Ramón, un voluntario de Cáritas. «En este país no tenemos familia, así que cuando conoces a gente que te hace sentir bien, hay que darles amor, hay que abrirles el corazón e invitarles a casa», añade el nigeriano de 21 años.

La huella de Ramón también dejó su parte en Favour: «Hizo muchas cosas por nosotros, nos llevó al cine y nos enseñó mucho». La joven, de nacionalidad nigeriana y con solo 20 años a sus espaldas, mantiene todavía hoy el contacto con él y le agradece enormemente su acogida. «Mi hijo se llama Ramón», añade la veinteañera.

Raymond es un amante del deporte con prioridad por el tenis y el fútbol. No ha dado todavía con una pista ni un compañero para coger una raqueta, pero sí que ha visto rodar una pelota. El Rico Pérez ha invitado en varias ocasiones a él y a otros usuarios de Cruz Roja, la organización que les acompaña en la fase de solicitantes de protección internacional en la que se encuentran, a ver un partido del Hércules CF. En su país no había visto nunca un partido, pero eso no fue un impedimento para no olvidar lo más importante: «Por supuesto, animé al Hércules», bromea.

«No me van a ayudar siempre», reconoce Raymond. Sabe que dentro de unos meses, según lo previsto, tendrá que abandonar los programas que le ayudan a arrancar su vida en España. Pero no le preocupa, lo ve normal y se centra en su futuro. «Lo que más quiero es tener un trabajo. En Nigeria era tapicero y eso es lo que me gustaría hacer. Quiero aprender cómo lo hacen aquí para poder hacerlo yo», señala. Como su mujer y como Bright, adora la playa. Y sus paseos también acaban en la orilla. «No soy bueno nadando, pero aprenderé». La pareja comparte piso con nigerianos y guineanos.

Favour destaca por su destreza con el español. «He aprendido con Ana, haciendo actividades, en el hospital... Pero es muy difícil, ¿eh?», dice la reciente madre. Por las tardes le entretiene caminar e ir a la playa con su hijo, y sus planes de futuro tienen que ver con la formación: la costura y la cocina están entre sus preferencias.

Todas estas vidas cumplen un año desde que el barco de SOS Méditerranée y otros dos buques aparecieran en el puerto español el 17 de junio de 2018. Ese día, el equipo de ayuda humanitaria que esperaba en tierra se sumó a un emocionante aplauso de bienvenida que arrancó a bordo. A lo lejos, en el mismo muelle, centenares de periodistas hacían turnos para dar la noticia de la llegada, más que importante pero solo con una porción de los protagonistas que arriban con historias similares cada año a la costa española. Sobre los cambios, Bright no tiene tecnicismos necesarios como para profundizar, por eso dice con sencillez: «El año pasado estaba triste y ahora estoy feliz».

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