La ciudad de València podría tener un calendario festivo completamente distinto al que tiene. Sin Fallas y con una fiesta de Moros y Cristianos como atracción principal. Técnicamente, tiene todos los motivos del mundo para ello. No es que la toma de la ciudad por Jaume I fuera una batalla enconada, pero sí que produjo el suficiente relato como para que la ciudad no quemara ninots y se divirtiera a base de trajes suntuosos y armas.

Pero no fue así. La fiesta de Moros y Cristianos hizo un quiebro al «cap i casal» y se adentró en otras comarcas. Y prueba de ello es que, hasta los años ochenta del pasado siglo no empezó a aparecer de verdad en los calendarios festivos. Fue la falla Almirante Cadarso-Conde Altea la que introdujo la novedad y la sostuvo durante mucho tiempo.

Con el paso de los años se consolidaron dos desfiles: el del Marítim, con los calores de julio, y el de la Federación Valenciana, que cumple este año su 16º ejercicio y que, aprovechando todos los vientos a favor (celebración en un festivo, en el centro, y con una estructura de comparsas consolidada), se acaba convirtiendo en un espectáculo masivo, tanto en participación como en público. Ayer no cabía un alma, pía o infiel. Uno de los actos con más público en la calle de todo el año. Y remataba así un programa previo ya establecido (parada infantil, embajada, alardo, mercado...), además de su principal soporte económico, aparte de la ayuda municipal (con quien hay mucha sintonía): el mercadillo, que continuará hasta el día 12.

Falta la perfección técnica y en eso, el presidente de la federación, Vicente Roig, aseguró que se intentan poner «todos los esfuerzos. Queremos que sea un desfile bien hecho y sabemos que todavía hay que perfeccionarlo. Y prueba de ello es que hay un régimen sancionador y que el jurado, con los premios que se conceden, también están pensados para que las cosas se tomen con la seriedad que corresponde. Es algo que nos preocupa y que no queremos descuidar».

Una seriedad que incluye no empezar con retraso o que no haya parones. Aunque como es un festejo en construcción y con un tejido social que llega hasta donde llega, que no es poco, el desfile duró cuatro horas. Y no sería igual sin el guiño fallero de turno, que aquí está consolidado: la fallera mayor del año pasado, Rocío Gil, le cedió a Marina Civera, y después a Sara Larrazábal, la espada que simboliza el final del reinado y el augurio de que ahora serán ellas las que protagonizarán estos desfiles.