Los necesitamos. El fenómeno de la inmigración ha sido y es uno de los factores clave del crecimiento económico. Contribuyen al aumento de la población activa y dinamizan sectores que siempre precisan de mano de obra y tienen mucho peso en la economía española y valenciana, como la construcción, la hostelería, el turismo, el comercio, la agricultura y el servicio doméstico. Así lo asegura el informe «La inmigración en España: Efectos y oportunidades» publicado en 2019 por el Consejo Económico y Social de España (CES). Sin embargo, el discurso de odio les ha colocado en la diana. Pero no a todos. El 13% de la población de la Comunitat Valenciana es extranjera. Un total de 648.392 personas migrantes de los 4.974.475 habitantes, según datos del Instituo Nacional de Estadística (INE) a 1 de enero de 2018. Sin embargo, la mitad de la población extranjera viene de países de la Unión Europea (un 51%) principalmente, de Reino Unido y Alemania.

La tercera edad británica (o alemana) busca en España, en general, un paraíso donde disfrutar de una jubilación apacible, y encuentra en la Comunitat Valenciana, en particular, la costa perfecta donde hacerlo. De las 648.392 personas migrantes, el 51% proviene de la UE, el 17% de África, el 13% de Sudamérica, el 7% de Asia, el 9% del resto de Europa el 2% de Centro América y el Caribe y el 1% de América del Norte.

Así, una gran parte de la mitad de la población extranjera que llega a España desde países europeos lo hace en busca de un tópico de sol y playa que persiste. Si deben tributar o no en España o si emplean mucho o poco el sistema sanitario público en esas edades avanzadas no está en el debate. Sin embargo, el discurso de odio (centrado en quien es diferente) sí lo hace. Y el diferente no es el inglés, sino el subsahariano, el magrebí y el sudamericano. Esos son los que están en el punto de mira y sobre los que se vierten informaciones falsas que calan en una ciudadanía que, según el informe del CES «es la que más desinformada se declara al respecto y la que tiende a sobredimensionar el fenómeno de la inmigración». Pero los datos oficiales rebaten estas informaciones falsas que aseguran que los migrantes llegan por miles, son irregulares, no trabajan y por ello delinquen y, además, viven de las ayudas. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, el informe también destapa que las estrategias nacionales contra el racismo, la discriminación racial y la xenofobia «han estado prácticamente ausentes», por lo que insta a hacer pronto los deberes ante un discurso de odio que va en aumento y señala con el dedo la diversidad y la multiculturalidad del país.

Así, la duda sobre la honradez del migrante suma ahora a su color de piel su condición económica. Inmigrantes ricos, bien, aunque no tributen o cometan delitos fiscales. Inmigrantes pobres, no, fuera. Aunque vengan a trabajar, reduzcan el envejecimiento de la población y enriquezcan el país. El discurso de odio ataca el origen pero también la clase social.

España figura como uno de los países europeos con más inmigrantes de origen británico. Pero al hablar de las cifras de migrantes llegados de la UE, el informe destaca un «cambio de ciclo» en materia de inmigración, al sumar países, como Rumanía o Bulgaria, que en el año 2000 computaban como ese migrante extracomunitario -y asfixiado por los estrictos requisitos de la ley de Extranjería- y que ahora se mueve bajo los principios de la libre circulación de personas y de la inmigración económica. Eso sí, aunque son migrantes comunitarios cuentan con «peores niveles salariales y de vida en España». Son europeos pero son pobres. De nuevo, la barrera entre migrante rico y migrante pobre. Porque los rumanos, también centran las críticas contra el colectivo migrante.

Antes de abordar en qué condiciones y en qué sectores trabajan las personas migrantes hay que destacar la alta tasa de paro del colectivo (21,5%) que es peor que la de la población autóctona (14,1%), según datos de la Encuesta de Población Activa del INE en 2018. El informe del CES afirma que las personas de origen migrante «participan más y de manera más constante en el mercado de trabajo, pero su relación con el empleo es peor». El país de origen también cuenta. Así, el grueso de los migrantes en paro es de nacionalidades procedentes de América Latina y África, sobre todo personas de origen marroquí. Ellos son los que nadie quiere contratar.

Una vez analizada la tasa de paro (21,5%) analizamos la de empleo (56,2%). Los migrantes trabajan pero en ocupaciones diferentes a las de los españoles. Nadie quita trabajo a nadie y los peores empleos son los que ocupan los extranjeros.

Así, los migrantes trabajan en las denominadas «ocupaciones elementales», es decir, un amplio grupo que engloba a limpiadores, asistentes domésticos de hoteles y oficinas, y peones de la industria, la construcción, el transporte o la agricultura. En este sector trabaja el 29,5 % de los extranjeros frente al 10% de los españoles. Si no trabajan en estos sectores lo hacen en servicios de restauración, personales, seguridad y comercio, donde el 29,3% del empleo lo ocupan extranjeros que comparten esa actividad con el 21,54% de los españoles.

En el otro extremo están las tres categorías que requieren más cualificación (directores y gerentes, profesionales, científicos y técnicos). Ahí es al revés. En estos puestos trabaja el 16% de la población migrante frente al 35,5% de la población autóctona.

Ahora bien, aunque hay nacionalidades que destacan en la empleabilidad de un sector u otro, donde se marca la diferencia no es en el lugar de origen, sino en el sexo. El análisis del CES afirma que «son las mujeres migrantes las que presentan una estructura ocupacional más concentrada y más sesgada hacia empleos no cualificados». En los hombres, sin embargo, esto no ocurre de forma tan concentrada.

Y es que más de la mitad de la mujeres migrantes (55%) trabajan en el empleo doméstico, restauración, limpieza, cuidado de personas y dependientes en tiendas y almacenes. Ellas son, sin duda, las que se dedican a la limpieza, su principal ocupación (21,7%) en España en general y en la Comunitat Valenciana en particular.

Los datos sobre migración reflejan que una cosa es ser extranjero de la UE y otra bien diferente ser extracomunitario. Los migrantes trabajan desde el primer día, aunque sea en estado de esclavitud moderna por carecer de documentación. Tampoco es cierto que los migrantes vivan de las ayudas. Solo el 21,5% de titulares extranjeros reciben las rentas mínimas. El resto (78,5%) son españoles.

No es fácil conseguir el permiso de trabajo o residencia y los informes solo reflejan a quienes forman parte del sistema con un empleo más o menos precario. Los irregulares, los que centran el discurso de odio, son según el informe que nos ocupa «una parte poco representativa dentro de los flujos de entrada a país y menor aún del total de la población de origen extranjero que habita en España». Ni viven de ayudas ni son delincuentes. Las cifras niegan esa realidad que centra un discurso de odio que ahora suma al color de la piel el dinero que uno pueda llevar en el bolsillo.